El desgobierno de las pequeñas cosas

El desgobierno de las pequeñas cosas

Dice muy bien Luis Rubio en su artículo de ayer (http://bit.ly/2vOu31X) que son las pequeñas cosas y no las grandes reformas las que moldean la opinión que los ciudadanos se hacen de sus gobiernos.

Luis Rubio se refiere a las pequeñas terribles cosas que les suceden, individualmente, a millones de personas cada día.

Por ejemplo, dice Luis, el infierno del transporte público de Ciudad de México que toma dos y hasta tres horas diarias del tiempo de quienes van de su casa al trabajo y de regreso. O la terrible experiencia del enfermo al que le dan turno para su consulta en un hospital público para dentro de un mes.

En mi columna del viernes pasado, cedí la voz a un padre de familia de Zapopan que refería sus dificultades para inscribir a su hijo en una escuela pública primaria.

Hace tres semanas, mi refrigerador dejó de hacer cubitos de hielo. Vinieron a arreglarlo unos pillos especializados que lo acabaron de descomponer. Luego de la compostura, el aparato, que solo había dejado de hacer cubitos de hielo, dejó simplemente de enfriar.

Una diligente sobrina que cree en las instituciones fue a poner su queja a la Procuraduría Federal del Consumidor. La atendieron más que amablemente, pero le dieron como fecha para una junta de conciliación con los pillos ¡el 14 de octubre!

Todos los días millones de mexicanos se topan con alguna forma ofensiva de gobierno ineficaz y malos servicios públicos. Cuando no, con golpes irreversibles a sus personas o a su patrimonio por la inseguridad.

Me divierte todavía la sorpresa de mi cuñado Carlos cuando supo, hace 40 años, que el muchacho texano que estaba de intercambio en su casa no sabía lo que era “un apagón”: una interrupción brusca de la luz eléctrica.

Las pequeñas cosas son el último eslabón de las grandes, el verdadero escaparate de qué es lo que funciona y lo que no funciona en una sociedad.

El estado de las banquetas, por ejemplo, es un síntoma elocuente de la calidad del gobierno local. Y la manera como manejan los automovilistas, una expresión de su cultura cívica.

Todo esto, para decir que Luis Rubio tiene razón: al final de cada día, las pequeñas cosas son las verdaderamente grandes.