El Discurso de la Traición

En segundo lugar, porque el término traición tiene profundas raíces religiosas y militares

En días pasados, en el marco del debate sobre la reforma energética, el presidente López Obrador calificó de traidores a la patria a los diputados que rechacen el control estatal del litio puesto que el mineral debe ser considerado, en su opinión, como estratégico para México.  Señaló, además, que dará a conocer los nombres de los diputados que voten en contra de la reforma porque, dijo, se debe saber “si son representantes populares o simples empleados de los poderes económicos y políticos”.  Si bien no extraña el manejo dicotómico e ideológico de la información por parte del presidente, sus afirmaciones no dejan de ser preocupantes, por varias razones. 

En primer lugar, porque la reforma energética es la primera de tres que enviará al Congreso en esta segunda parte de su mandato, cuando el poder legislativo no tiene la composición que tuvo en la primera etapa. Concretar las reformas requerirá, por tanto, que diputados opositores se decanten por ellas.  El mensaje deja en claro que, contrariamente a como se procede en los regímenes democráticos cuando el partido en el poder no cuenta con los votos necesarios para sacar a delante sus proyectos, el presidente no está dispuesto a negociar su propuesta con la oposición.  En esta etapa, pues, independientemente de cómo haya votado la población, el presidente mantiene su idea de gobernar con la lógica de “todo o nada”.  Si la amenaza surte efecto y consigue los votos necesarios para hacer pasar esta reforma, las probabilidades de que las reformas posteriores sean aceptadas tal como sean diseñadas en la oficina presidencial serán altas.  El presidente habrá impuesto su voluntad, sea como fuere.

En segundo lugar, porque el término traición tiene profundas raíces religiosas y militares.  Son traidores quienes deponen su fe en un dios o en su palabra; son traidores quienes se apartan de la ruta única que conduce a la Verdad y al paraíso, único lugar donde la coronación del bien y la redención son posibles.  Son traidores, también, aquellos que perteneciendo a un ejército incumplen con la férrea disciplina que se les ha dictado y eligen al contrario, al enemigo en este contexto, ofreciendo información que sirva a la estrategia contraria o combatiendo a quienes antes fueron sus compañeros, a cambio de ser perdonados.  La traición, no aplica a las decisiones sobre proyectos políticos, menos en un régimen democrático.  La división de poderes democrática parte del hecho de que las sociedades son complejas y diversas y las perspectivas de gobierno, plurales y contradictorias.  El disenso no sólo es un derecho, es una necesidad.  De lo contrario, se impondría la homogeneidad deformante y opresora.  Los diputados que se opongan a la reforma estarán en su derecho a hacerlo, ya sea porque manejan información que evidencie la inviabilidad del proyecto reformista o porque es contrario a su ideología política.  En política no hay dioses ni Verdades absolutas.  La participación política lejos está de la acción militar. Los políticos, si bien son miembros de partidos políticos con plataformas más o menos claras, no son soldados que deban obedecer ciegamente.  En la política el debate, la reflexión y la votación son prácticas que definen el rumbo de las sociedades. 

Finalmente, porque en línea con lo anterior, la patria no es un ente espiritual con una esencia identitaria única. La patria no es otra cosa que un país, que no es otra cosa que un conjunto de grupos sociales e individuos diversos y diferentes, cuya integración y convivencia se torna compleja.  Somos mexicanos, pero no hay una sola identidad para la mexicanidad.  Ni hay una persona o instancia que lo encarne.  El presidente, es eso, un presidente, electo. No es el dios de la mexicanidad. Su voluntad no es la de todos los mexicanos.  De ahí, pues, que disentir de la propuesta del presidente no significa ir contra los intereses de la patria, sino concretamente estar en desacuerdo, total o parcialmente, con sus propuestas de reformas.  En un país democrático, los desacuerdos reclaman debates democráticos y respetuosos, no prohibiciones y amenazas. 

Preocupémonos: si pensábamos que el avance de la oposición en el Congreso tras la elección intermedia garantizaría un cierre de sexenio menos polarizado y conflictivo, tal vez nos hayamos equivocado.