El ladrón de libros, ¿sirve como anécdota o vergüenza?

El ladrón de libros, ¿sirve como anécdota o vergüenza?

Lo sucedido en Argentina en el mes de octubre de este año, donde el embajador de México en aquel país, Oscar Ricardo Valero Recio Becerra, se robó un libro de apenas diez dólares, bajo el título “La biografía de Giacomo Casanova”, conduce a una pregunta imprescindible: ¿por qué lo hizo?

Tanto en las bibliotecas de las universidades como en librerías, ha pasado infinidades de veces el hecho.

Se trata de estudiantes o personas que en realidad no cuentan con el dinero para adquirir un libro.

En un ensayo de Cristan Vázquez publicado en la revista Letras Libres (27-05-15), con el título “Robar libros sí es robar”, enlista algunas “razones” por las cuales se debe condenar el hurto de libros.

Perjudicas a la librería, que lo tiene que pagar. Los libreros pierden mucho tiempo buscando libros que no están. Y los clientes pierden tiempo esperando. Si hay uno solo, perjudicas al autor, ya que la librería no lo va a reponer y ese autor probablemente pierda una venta. Estás perjudicando a una industria que anda con lo justo. Estás cometiendo un delito. Después no te quejes si alguien te roba el celular. Entre las pocas respuestas que la misma cuenta retuiteó, había una que aseguraba: “El pobre roba un celular y es delincuente. El burgués roba libros y es cool”.

En el texto se explica que los escritores Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán han conformado una de las grandes amistades de la literatura en castellano de las últimas décadas. Pero los motivos por los que robaban libros parecieran opuestos. “Los libros que más recuerdo —dice Bolaño— son los que robé en México D.F., entre los 16 y los 19 años, y los que compré en Chile cuando tenía 20, en los primeros meses del golpe de Estado”. Si robó en México y compró en Chile, no fue por motivos nacionalistas. Al hablar del Chile al que volvió en 1973, dice: “No recuerdo, además, haber visto nunca librerías más solitarias. Allí no robé ningún libro. Eran baratos y los compraba”.

Dice Fresán que robar libros es “una forma deportiva de la literatura”. “Cuando escribimos o leemos —explica— estamos sentados o acostados, casi inmóviles. Cuando robamos libros, en cambio, el músculo de nuestro cerebro actúa en perfecta comunión con los músculos de nuestro cuerpo. Cuando se roban libros, uno piensa y actúa y, de algún modo, uno lee y escribe. Cuando se roban libros, uno es persona y personaje”.

Ahora, el funcionario en acción (Oscar Ricardo Valero) ¿actuó por deporte? ¿A su edad quería sentir la adrenalina de llevarse la obra y luego en silencio festejar su triunfo?

Podría decirse entonces que para el investigador no era la primera vez el llevarse un libro y convertirlo en propiedad personal.

¿Cuántas veces habría actuado así?, sobre todo en las bibliotecas y librerías de México.

Quizás será una buena anécdota para contar más adelante, aunque también se enmarca en lo vergonzoso, y estigmatiza desde Argentina a los mexicanos como ladrones de libros.

PARÉNTESIS

La biblioteca José María Pino Suárez cumplió 32 años de haberse fundado. La emblemática estructura se edificó en 1987, y es considerada como una de los mejores de América Latina por sus valiosas colecciones. Posee un acervo de 237 mil volúmenes, siendo la digitalización, uno de los servicios de innovación que ofrece. Hay que visitarla la biblioteca. Por cierto, un acto de justicia el homenaje póstumo a Porfirio Díaz, bibliotecario por excelencia de quien lamentamos su muerte.  (kundera_w@hotmail.com)