El mundo de los niños o de cómo me han llevado a otros mundos

Yo no recuerdo que me hayan leído cuentos cuando era niño, eso sí, un buen día descubrí que tenía en casa quince libros, cada uno con el lomo de un color diferente, los cuales me enseñaron lo que tenía que saber a esa edad:

El mundo de los niños o de cómo me han llevado a otros mundos

Yo no recuerdo que me hayan leído cuentos cuando era niño, eso sí, un buen día descubrí que tenía en casa quince libros, cada uno con el lomo de un color diferente, los cuales me enseñaron lo que tenía que saber a esa edad: divertirme y picar mi curiosidad a través de sus páginas. Ahí descubrí que el mundo debe ser un lugar que hay que disfrutar, que cuando se disfruta se es feliz y el conocimiento es uno de esos caminos. Era El mundo de los niños y ese fue mi primer contacto que tuve con los libros. Después llegaron otros.

         Ese primer contacto, en donde un mundo –mi mundo de niño– se desbordaba ante mí, fue el germen de lo que años después se volvió una especie de hábito. Primero la lectura y luego, esa necesidad de escribir historias, de sentenciar frases que son nuestra protesta, nuestra ilusión, nuestro deseo, nuestra lucha, nuestra visión del mundo y la posibilidad de cambiar la realidad a través de la palabra.

         Aquí quisiera decirles que, hace poco tuve consciencia de la posibilidad que la palabra nos da, de reivindicar la vida. ¿Y cómo lo descubrí? Como todo, cuando llega el descubrimiento es porque hemos estado atentos a los asombros que la vida nos regala. Ser consciente de ello es, según yo, la esencia de los descubrimientos que vamos haciendo a lo largo de nuestra vida.

         Sucedió una madrugada, yo estaba leyendo en la sala de mi casa, esperando a terminar un párrafo de un cuento llamado El retrato de Zoe, para ir por un poco de agua a la cocina. Al llegar a ella, encendí la luz y, por alguna extraña razón, fijé mi atención en la estufa y cuál fue mi sorpresa al ver un pequeño ratón esconderse para que yo no lo viera. A partir de ese momento, ya no podría regresar tranquilamente al sofá de la sala y seguir leyendo. Expulsar a ese intruso se volvía el imperio de la madrugada.

Noticia Relacionada

Fui entonces a la recámara, donde mi esposa y nuestro hijo de dos años dormía, para decirle que había un ratón en la cocina y que por ningún motivo deberíamos permitir que se quedara en nuestro hogar. Así que hicimos todo lo necesario para que ese ratón no quisiera estar entre nosotros.

Noticia Relacionada

El resultado final fue un cuento en donde un niño, al que se le ha caído el último diente de leche, espera al Ratón de los dientes para que, a cambio, le deje unos dulcitos. Pero el niño al despertar, ve que su diente sigue bajo la almohada y al salir de su habitación, triste y cabizbajo, se lo entera a sus papás, quienes cansados por la mala noche y con unas ojeras que les hace ver como pandas, caen en cuenta –justo en ese momento– que han saboteado la ilusión del niño. Al menos esa fue la primera versión. Pero ¿Por qué les cuento esto?

Cuando me dijeron que la literatura te abre la posibilidad de conocer otros mundos, lo primero que se me vino a la mente fue un mundo en donde podría volar; en donde podría entrar y salir de los sueños como si los sueños fueran mi casa; un mundo en donde una pesadilla no me hará sentir miedo porque en cuanto el monstruo quisiera atraparme, yo abriría los ojos y estaría a salvo en mi habitación y el sol de la mañana –poco a poco– haría sentir su presencia en las cortinas. Un mundo en donde si los periódicos dan noticias horribles, yo puedo tomar esa nota, unas hojas y reescribir la historia y así salvar, al menos en mi mundo, a quien creo merece algo mejor que una muerte por negligencia, sea la negligencia que sea. Con esto no quiero decir que se deba evadir la realidad, pero sí, que la literatura nos da otras alternativas para la vida, sin olvidar que es un arma para denunciar tantas injusticias, darle voz a los que no la tienen o dejar constancia de acontecimientos que afectan a la sociedad, como lo ha sido la pandemia del 2020.

Y tomando en cuenta todo ello, sólo quiero enterarles que, en la segunda versión de ese cuento de los padres del niño del último diente de leche, el ratón se escabulle de alguna manera del acecho de los papás, y el niño, al despertar, se encuentra con dulces, chocolates y estampas de trenes y naves espaciales en su mano izquierda, que son sus temas favoritos, que es su mundo de niño y también, sus primeros asombros.

(* Damos la bienvenida como colaborador al escritor y promotor cultural  Manuel Felipe (Villahermosa, 1981). Tiene publicado los libros Cosmogonía de las iguanas (Casalia Ediciones, 2021) y La mayoría de las veces las cosas no salen como uno espera, salen mucho peor. Fábulas pandémicas (Cuadernillos de la grieta, 2021). Algunos de sus cuentos han sido publicados en algunas revistas y diarios del estado. Nunca ha ganado un concurso literario.)




También podría interesarte
El mundo de los niños o de cómo me han llevado a otros mundos

Jolgorio (electoral) en puerta

El mundo de los niños o de cómo me han llevado a otros mundos

El camposanto

El mundo de los niños o de cómo me han llevado a otros mundos

La decisión en Centro, muy próxima; habrá noticias: Yolanda


Loading...