El nuevo mundo después de la pandemia: los peligros de lo desconocido

El problema que marcará definitivamente nuestras vidas y las de nuestros descendientes es el “después” del virus

El ser humano, de siempre, se ha preocupado más por lo urgente que por lo importante. A veces, de forma inevitable, como ahora, con la pandemia del Covid 19, los dos conceptos se confunden. El problema que marcará definitivamente nuestras vidas y las de nuestros descendientes es el “después” del virus que, como ya se ha dicho, nos dejará más pobres que muertos y un nuevo mundo. El historiador israelí Noah Harari, es una de las personalidades más influyentes de nuestro tiempo y acaba de publicar en Financial Times un llamado a los gobiernos más poderosos del planeta, destinado a sacudir a la ciudadanía: “no son tiempos para pensar en términos de nacionalismo ni ventajas sanitarias monopólicas, sino de actuar más globalmente que nunca. Las decisiones que tomen los gobiernos y pueblos en las próximas semanas probablemente darán forma al mundo que tendremos en los próximos años. No solo formatearán nuestros sistemas de salud, sino también nuestra economía, la política y la cultura” Para Harari, nuestro mito dominante actual y desde hace varios siglos es el de la Libertad, que funda, entre otras instituciones, la democracia occidental. Harari advierte que el primer dilema es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; el segundo desafío es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. La pandemia pasará, sobreviviremos pero será otro planeta. “Las decisiones que en tiempos normales llevan años de deliberación se toman en pocas horas. Las tecnologías peligrosas e inmaduras entran rápidamente en vigor porque los riesgos de la inacción son peores. Países enteros funcionan ya como conejos de indias de experimentos sociales a gran escala. ¿Qué pasa cuando todos trabajamos en casa y solo tenemos comunicación a distancia? ¿Qué ocurre cuando todas las escuelas y universidades trabajan online? “ Son posibilidades que todos tenemos en la cabeza cuando apenas hace unos días que estamos encerrados en la casa buscando formas de engancharnos a la productividad, para no quedarnos fuera del mundo laboral o, incluso, porque no, el político. Desde el médico hasta el oficinista, desde el empresario hasta el maestro o incluso, como en nuestro caso, con un gobernador como Adán Augusto López Hernández, que aún contagiado con la enfermedad sigue teniendo un control muy evidente de los mecanismos de autoridad y poder a través de las tecnologías. Por primera vez en la historia, hoy los gobiernos tienen la capacidad de monitorear a toda su población al mismo tiempo y en tiempo real, dispositivo que ni la KGB soviética consiguió en un solo día. Los gobiernos de hoy lo tienen con sensores omnipresentes y poderosos algoritmos, tal como lo demostró China, al monitorear a la población a través de los celulares y las cámaras de reconocimiento facial. La pregunta es si los datos de sus reacciones serán luego empleados políticamente para saber cómo responden las emociones del electorado a ciertos estímulos: en otras palabras, para manipular a grandes masas. Nos recuerda Harari que recientemente el Primer Ministro israelí Netanhayu autorizó a la Agencia de Seguridad a emplear tecnología antes restrictiva para combatir terroristas a rastrear enfermos de coronavirus; lo hizo a través de un “decreto de emergencia” al que nadie de la oposición objetó. En otras palabras, la tecnología de vigilancia masiva que antes espantaba a muchos gobiernos podría ser de empleo regular: ya no un control “sobre la piel”, sino “debajo de la piel”. Los políticos tendrán mucha información ante qué cosas nos provocan tristeza, hastío, alegría y euforia. Eso representa un poder sobre la población inédito y riesgoso.