El nuevo Titanic: el PRI, una debacle mayor a la prevista

El nuevo Titanic: el PRI, una debacle mayor a la prevista

*Ajuste en las urnas: regresó al poder, perseveró en el error

*El ex partidazo tiene que entrar en profunda reestructuración

*Dialoga AMLO con electos gobernadores, legisladores y ediles

MUCHO se dice sobre las razones del triunfo morenista. Dejemos por ahora el tema ganador. Hay otras explicaciones pendientes. Una tiene que ver con la debacle del PRI, que obtuvo 16% de los votos en la contienda presidencial y no ganó ninguno de los 32 estados. Aunque Roberto Madrazo en 2006 también los llevó al tercer lugar, cosechó 22% de los votos. Como símbolo de su desastre electoral, en Edomex -enclave del PRI- tendrán un diputado en el congreso estatal. Perdieron incluso en Atlacomulco, el terruño más preciado de la mitología priísta, con el clan Hank en proceso de extinción. Una bomba de alto impacto contra el  gobernador Alfredo del Mazo (tercera generación en el poder estatal).

La explicación más corta de la debacle tricolor: el PRI recuperó el poder federal en 2012, pero no cambió su ejercicio autoritario y patrimonialista. El ADN priista de discrecionalidad, con ribetes de corrupción e impunidad, se mantuvo en ruta sexenal. Titanic que se pensó insumergible. Lo que comenzó con un bono de confianza, gracias al cosmético ascenso de Enrique Peña Nieto, proyectado como político carismático y competente, terminó con el hundimiento en las urnas.           

El PRI, hasta las elecciones federales intermedias de 2021, no tendrá peso político significativo.     

TRIBULACIONES DE MEADE

NO CONFIÓ el PRI en su marca registrada de continuidad disfrazada de cambio, porque como partido se sintió descolocado desde 2015. Más con las derrotas de 2016. Los escándalos por conflictos de interés y corrupción despeñaron al presidente Peña y esto contaminó sin remedio a su partido. El hartazgo y el deseo de cambio se dieron la mano a nivel social. Como dirigentes nacionales en tiempos de desastre, Manlio Fabio Beltrones, Enrique Ochoa y René Juárez no supieron cómo revertir la percepción de impunidad, clave negativa del PRI, y olvidaron conectar con el nuevo elector/ciudadano: millones de jóvenes inquietos, informados por internet y las redes virtuales, no sólo por la desacreditada televisión.

La solución que visualizó la élite gobernante para 2018, con el presidente Peña al mando, fue un candidato sin militancia partidista. El ciudadano José Antonio Meade Kuribreña se impuso así (candados legales destrabados en asamblea nacional) a Miguel Ángel Osorio Chong, una carta más a modo para frentes y grupos tradicionales del PRI. Esa candidatura nació contranatura: para el electorado nacional, Meade quedó a la mitad del río, pues no era ciudadano genuino (venía con sello de gobernante, con trabajo estratégico en las administraciones de Calderón y Peña) ni militante de trayectoria en el PRI (nunca se afilió), aunque su paso por la burocracia gubernamental data de 1998.

Ni una cosa ni otra: Meade tuvo tribulaciones por todos lados. Ahí pudo comenzar una migración silenciosa y camaleónica. Al arrancar su labor de proselitismo, Meade no pudo elegir a su equipo más cercano, que llegó vía Los Pinos, en particular Aurelio Nuño (de la SEP) y -más escondido- el canciller Luis Videgaray. Vivió entonces una debacle que se materializó en ataques directo al contrincante puntero, esgrimiendo banderas gastadas. Nada más norteado en México, por esos meses, que la campaña de Meade: se preocupó por la correcta pronunciación de su nombre y nunca se dirigió a la ciudadanía con firmeza. Su preparación académica no pegó a nivel social.   

En resumen, con Meade hubo: a) circunstancias adversas, propiciadas por los magros resultados del gobierno peñista, su impulsor; b) perfil erróneo de candidato, por imposición y ausencia de pedigrí tricolor, y c) pésima campaña política: confusión y simplicidad.      

IDENTIDAD COMO MITO Y LASTRE        

NO PUDO el PRI cambiar de nombre hace 25 años. Está documentado el intento salinista para convertir al tricolor en el partido del liberalismo social, en 1993. Ahora los estrategas hablan de cambiar siglas al partido hegemónico del siglo XX mexicano. El siglo XXI ha sido cruel con la voluntad de permanencia en el poder.

Vistos los resultados, el PRI enfrenta un momento traumático: de espaldas a la nación, en el imaginario simbólico y en el factor representatividad, el camino hacia adelante quizás tenga que recorrerse con una refundación. ¿Se incluye un nuevo bautismo? El riesgo es alto, por los reflejos históricos que acompañan al PRI como logotipo, aglutinante y como franquicia que otorgaba representatividad al político por sí misma. En el siglo XXI, esto ya no ocurre.    

Nada más difícil, en política, que cambiar de identidad cuando ésta resulta  mito y lastre. Quieren que el mito proteja, pero el lastre acompaña a una historia que desconoce el futuro.

AL MARGEN

ANDRÉS Manuel López Obrador se reunió ayer con los futuros legisladores federales y estatales surgidos de Morena a quienes adelantó la agenda legislativa con 12 prioridades. En la denominada “Cuarta Transformación” del país que se propone hay acciones que dependen de la decisión política y la voluntad del gobierno, otras más complejas que están sujetas a condiciones externas. Atenderá inicialmente en las primeras. También se reunió con gobernadores electos, futuros presidentes municipales así como líderes partidistas del bloque morenista. Allí estuvo Adán Augusto López quien reiteró que AMLO conoce muy bien los problemas y la potencialidad de Tabasco, por lo que será una entidad favorecida los próximos seis años. (vmsamano@hotmail.com)

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