Agenda Ciudadana

2024: la Incertidumbre Autoritaria


En las elecciones de los últimos años gobernaron la incertidumbre y la certeza democráticas.  Ahora, reina desde ya, la incertidumbre autoritaria.

Gracias a largas luchas civiles, el control de los procesos electorales pasó a manos de una institución civil, lo que significó un fuerte golpe al régimen autoritario priista y propició el surgimiento de la democracia electoral.  Por supuesto, el proceso ha sido todo menos perfecto, ni se ha desarrollado de la manera más deseable. La presencia de recursos ilegales en las campañas y la compra de votos son algunas de las prácticas que no han sido eliminadas.  La vigilancia sobre los contenidos publicitarios de las campañas y su relación con la libertad de expresión es otro asunto que no ha terminado de convencer.  Aun así, los mexicanos hemos asistido a votar con sana incertidumbre democrática: no sabemos, a ciencia cierta, quién gobernará hasta en tanto los votos no sean contados. Pero esa incertidumbre ha estado acompañada por la certeza democrática: sabemos que los votos serán contados y que se reconocerá el triunfo a quien haya recibido la mayoría de ellos.  Gracias a esto, somos ahora ciudadanos con confianza en los procesos. Dejamos atrás el escepticismo que nos inculcó el régimen autoritario. No es poca cosa.

Ahora, en 2024, la incertidumbre autoritaria empaña las elecciones.  No hemos perdido ni la incertidumbre ni la certeza ciudadanas, pero por primera vez desde que las obtuvimos, las ponemos en duda.  Aclaro: no estoy ignorando el conflicto postelectoral del 2006, originado en el reclamo de fraude.  Lo pienso desde una dimensión empírica: nunca fue debidamente probado y fue orquestado por quien es hoy presidente y quien a lo largo de su período ha dado más muestras que nunca de tener una gran habilidad para elaborar mentiras creíbles y manipular recursos para acentuar su credibilidad.  

 Varias razones han dado pie al surgimiento de la incertidumbre autoritaria.  En primer lugar, el discurso oficial sobre la gestión lopezobradorista. La promoción, desde el poder, de la creencia de que las políticas promovidas estos años son necesarias para la patria porque han pensadas por un personaje histórico viviente justifican el temor de que el presidente no permitirá, en ninguna circunstancia, que sus "adversarios" derroten a la candidata oficial porque interrumpirían el camino de la patria hacia su culminación histórica.  Recientes encuestas en las que, si bien reportan alta popularidad del presidente, muestran que la ciudadanía ha dejado de creerlo honesto y eficiente contribuyen a acrecentar estos temores.  

En segundo lugar, porque el presidente tiene como objetivo conseguir la mayoría calificada en el Congreso para conseguir la concentración de poder en la presidencia. Más que la victoria de Sheinbaum, a López Obrador le interesa el triunfo abrumador en las cámaras. 

En tercer lugar, porque tanto el INE como el Tribunal Federal Electoral han sido debilitados gracias a que sus liderazgos son ocupados por personas abiertamente afines al presidente y se han prestado a que el proceso, hasta ahora, haya seguido un curso con desapego a la normativa existente.  De esa manera, existe el temor de que el presidente haga campaña a favor de sus candidatas y candidatos sin temor a que el instituto electoral lo detenga.  Por si fuera poco, hay demasiadas evidencias de que los diferentes gobiernos morenistas están destinando recursos y realizando acciones para apoyar la candidatura de Claudia Sheinbaum.  Desde su tribuna matutina, el presidente sigue promoviendo todos los días a su elegida y denostando, ya de vez en cuando, a la candidata del Frente.  Si esto hubiese ocurrido en algún proceso electoral anterior, sería el mismo Andrés Manuel López Obrador quien—con toda la razón jurídica—estaría impugnándolo y, sin duda, encabezaría toda una cruzada para invalidarlo en caso de que el candidato o la candidata oficial ganara.  Pero ahora las cosas son diferentes.  El presidente goza de una fuerza que no tuvo presidente anterior, en virtud de que ha dedicado su gestión a borrar el avance democrático, limitado, insuficiente e imperfecto, que se había conseguido en estos últimos treinta años.  La elección de Estado marcha sobre ruedas. 

En cuarto lugar, el crimen organizado tendrá posiblemente una presencia relevante en el proceso.  Lo tuvo en las elecciones del 21 y ha sido documentado por Héctor de Mauleón (Nexos, Agosto 2022), sin que se haya argumentos en desaprobación.  Ahora, cuando es más necesario que nunca el "carro completo", crecen las probabilidades de que el rol de esta fuerza sea más importante. 

En quinto lugar, no por ello menos importante, recordemos que ha sido López Obrador el único que ha promovido un cuestionamiento severo a un proceso electoral, el de 2006.  Fue de tal envergadura la protesta que, a pesar de que no hubo pruebas contundentes del fraude y de que el instituto logró sobrevivir y mantenerse como una de las instituciones más respetadas de México, el hoy presidente consiguió dejar en la mente de un buen porcentaje de mexicanos (especialmente, sus seguidores) la desconfianza en el hoy INE.  Si el conteo de votos resultara desfavorable a Claudia ¿podría esperarse que López Obrador tuviera la estatura de estadista que en su tiempo demostró tener Ernesto Zedillo y saliera a reconocer el triunfo de Gálvez?

Difícilmente.  Muy probablemente saldría a reclamar fraude y a exigir la anulación del proceso, movilizando, por supuesto, a fuertes grupos sociales.  Lo hizo sin poder. Ahora, lo haría con despreocupación: el Ejército está de su lado.

Así pues, este año viviremos bajo la incertidumbre autoritaria.