De la democracia a la confrontación; una mala política

En nuestro tiempo la historia la escriben los historiadores, la hacen los protagonistas

 

Hoy, México vive y escribe una nueva etapa de su apasionante historia. Una patraña novelesca que encierra odio, mentiras, aceptación e indiferencia política con una parte de los protagonistas. Reza un dicho popular que la historia la escriben los vencedores, los que triunfan, los que quedan en pie; esto es, lo que la voz del pueblo concluye de las narrativas que describen los diversos aconteceres de nuestra historia.

Y miren si no es así. Para muestra, nos basta un fragmento de la canción de Julio Jaramillo: “si tú me odias, quedaré yo convencido, que me amaste … con insistencia, pero ten presente de acuerdo a la experiencia, que tan solo se odia lo querido”. 

Esta aseveración en política es muy remarcada, ya que quienes son desplazados del poder además de presenciar su derrota, no quisieran dejar en manos del adversario aquello que tanto aman; de ahí que buscan por todos los medios aferrarse con uñas y dientes a lo que creen les pertenece, y día con día se humillan, antes que ser indiferentes. La falta del poder los asfixia al igual que los logros de la nueva a administración.   

Desde luego que en nuestro tiempo la historia la escriben los historiadores, la hacen los protagonistas de los hechos cotidianos y movimientos diversos en los que se desenvuelve el mundo actual. Pero esta narrativa también nos describe que quienes pierden el poder, no tan fácilmente aceptarán su derrota, y es ahí un serio problema.

Observando la conducta enfermiza de algunos opositores al gobierno de la 4ta. transformación, es evidente, que más que con talento y argumentos contundente, sus arrebatos y descalificaciones son el reflejo de un odio enfermizo, a la búsqueda de endilgarle descalificaciones al movimiento de regeneración para utilizarlo como bandera política que desgaste la aceptación que tienen en la población. Es tanto el resentimiento por el mandatario que terminarán por autodestruirse sin darse cuenta. 

He llegado a pensar que los sentimientos que tienen a nuestro Presidente son tan intensos, que están más cerca de amarlo que de destruirlo. Que se les hace tan difícil demostrar el amor que les inspira, que en su loca frustración no quieren verse descubiertos y actúan con antipatía y disgusto. Pareciera que compiten por demostrar más aversión, repulsión hacia su persona, ya que el odio que muestran puede ser un resentimiento justificado o no, pero es de envidia, pues todo cuanto hacen por atraer la atención de la ciudadanía, no les alcanza para revertir la aprobación que el pueblo le tiene, por el contrario, siempre caen presa del contagio que pesa sobre quienes antes detentaron el poder: la corrupción.    La ciudadanía libre es otra cosa.

El odio injustificado e irracional que denotan estos opositores, atentó en todo momento con la posibilidad del diálogo y la construcción de entendimiento común. Hay quienes le echan la culpa a “los modos” del tabasqueño. Pero se negaron darle tregua a un gobierno electo democráticamente; en ningún momento dieron muestra de querer construir e impulsar políticas públicas benéficas para las mayorías. Pareciera, esto hubiera sido muestras de debilidad, de ahí la ira y el coraje manifiesto. La libertad de expresión y manifestación, la confundieron; acusan al gobierno de ser un desastre, un fracaso, quisieran suprimir con sus palabras lo que al sentimiento del pueblo le es adverso. No quisieron aceptar que la fuente de su infelicidad no es AMLO, sino que siempre ha sido y será su ambición al poder.

Y no hablo de todos los opositores, sino de aquellos que se erigieron en voceros de una supuesta mayoría que no han logrado organizar, porque esta mayoría está en las calles y hay que salir a buscarlas.