Encuestas se adueñan de la opinión pública: ¡Ni tan tan, ni muy muy!

Encuestas se adueñan de la opinión pública: ¡Ni tan tan, ni muy muy!

Durante muchos años fue un clamor ciudadano que era necesario que hubiera debates entre los candidatos a la Presidencia de la República porque era lo más democrático además de ser extremadamente útil para decidir nuestro voto. Vale la pena recordar que no hace tanto los candidatos del régimen priista se negaban a debatir con otros contendientes, porque sabían que tenían la elección ganada y no tenía caso arriesgar ese primer lugar que traían garantizado desde el momento de la nominación, o lo que se conocía entonces como “el destape”. Conforme fue avanzando la democracia, y la competencia fue real, las confrontaciones verbales entre los candidatos comenzaron a celebrarse, aunque tímidamente y no siempre, y finalmente se logró que se instaurara como un requisito  legal el deber de debatir. Pues bien ahora la percepción es que no sirven para nada. Es comentario generalizado que los debates no cambian el panorama del electorado que ya tiene decidido su voto, y por lo tanto esta ceremonia se ha convertido en un show televisivo, repleto de morbo, y con audiencias más grandes que una final de la liga de fútbol. Es necesario revisar esto. Los debates, digan lo que digan, claro que sirven para decidir el voto y de hecho así ocurre. Y no solo de los indecisos. Aunque no se puede generalizar, lo que pasa es que las encuestas se han apoderado de cualquier convocatoria electoral, sea del tamaño que sea, y en ese sendero se han metido, como siempre, los picaros y los estafadores que no ejercen los sondeos de forma científica, sino que venden sus resultados, a modo, al mejor postor. Para los encuestadores “patitos” no son buenos los debates porque pueden poner al descubierto las mañas y las trampas de esa clase de personajes sucios que se mueven  entre las bambalinas de una elección. Como ya hemos comentado anteriormente esas consultas inmediatas a la terminación de los debates ni son serias, ni son fiables porque apenas preguntan a 300 personas sobre un universo de más de ciento diez millones de personas, que somos los habitantes de México. Se sabrá quién ganó el debate después de que los ciudadanos debatamos entre nosotros. Es decir en una semana aproximadamente. Así las cosas si estas elecciones las pudiéramos comparar con una partida de cartas podríamos decir que todavía quedan muchas manos para repartir, y que no hay que descartar que alguien proponga al final una jugada “al todo o nada”. Esa jugada básicamente consiste en que si se confirma que López Obrador va tan arriba como aseguran algunos, el resto de los candidatos, con diferentes fórmulas, podrían optar a arrimar todos los votos al que se encuentre mejor colocado. A eso se le llama voto útil, pero en este caso sería a lo bestia. Por el contrario el otro escenario previsible es que en realidad los números auténticos, sin manipulaciones, apunten a algo parecido a un empate entre tres y entonces nadie abandona nada y las urnas hablan y los votos se cuentan. A mi juicio, y a la vista de todos los factores, me inclino a pensar en que esta es la realidad del electorado en México. ¡Ni tan tan, ni muy muy!