¿Enfermos de nostalgia?

¿Enfermos de nostalgia?

No creo que el afán de restauración en nuestra vida pública sea la expresión de una nostalgia por algún edén perdido.

Creo que el impulso nace más bien del rechazo al presente y de la apuesta a lo que se ofrece como la otra cara de la moneda: el camino contrario.

Tal como lo han medido los autores del estudio del mexicano como un “liberal salvaje” (Nexos, mayo 2018), nuestra nostalgia tiene un aire melancólico y escéptico, muy distinto del espíritu combativo, optimista al punto del triunfalismo, que guía a los votantes del “cambio verdadero”.

Según la tipología del estudio, hay cinco modos del carácter mexicano: Nostálgicos tradicionalistas, Soñadores sin país, Pesimistas indolentes, Optimistas sobre el futuro y Nacionalistas inconformes.

Los nostálgicos tradicionalistas eran 30 por ciento de la población en 2011, cuando se publicó el primer estudio sobre el tema. En 2018 son 22 por ciento, es decir, disminuyeron considerablemente en su peso relativo.

Bajó también la proporción de mexicanos a los que les interesa más el pasado que el futuro: 39 por ciento en 2011 y 31 en 2010.

Los nostálgicos tradicionalistas, dice el estudio, “tienen una actitud negativa hacia el país y su circunstancia, piensan que todo tiempo pasado fue mejor, a lo que suman una percepción melancólica y pesimista sobre el presente y, desde luego, sobre el futuro”.

“Son principalmente mayores de 55 años, con niveles de estudios básicos, católicos y tienden a concentrarse en el centro del país”.

Poco tiene que ver esta franja de sensibilidad del país con el aluvión de Morena, donde, hoy por hoy, no caben resquicios a la duda: transformarán el país, harán historia.

La historia mexicana parece haber dado una vuelta tan larga que las promesas de restauración tienen el valor de una novedad, de una solución para el futuro, no de un regreso al pasado.

Luego de probar por décadas los caminos liberales de la política (pluralismo, gobiernos divididos) y de la economía (más mercado, menos Estado), la nueva ciudadanía mexicana, la criada en la democracia, quiere invertir las fórmulas y tener otra vez un gobierno grande y un Estado proveedor.

Las costumbres de los pueblos vuelven por sus fueros por encima o por debajo de sus leyes y de sus instituciones.