ESCALA CRÍTICA

Peña nieto en la ruta de salida; silencio comunicativo y gestión cupular

* A unas horas del cambio oficial; una herencia amarga

* Inseguridad y corrupción, como temas prioritarios

* Referéndum, los 30 millones de votos, encuestas en picada       

Víctor M. Sámano Labastida

ESTAMOS en la víspera del relevo. El sexenio de Enrique Peña Nieto termina con la multiplicación del caos. Casi podría hablarse de ‘los caos’, en plural, no del caos en singular. La inseguridad y la corrupción son problemas nacionales en los que se esmeró. México es el país 135 en corrupción y el 148 en inseguridad, de 180 medibles (Informe Mundial: condiciones de vida y condiciones de desarrollo, UNESCO 2018). Se comprende la debacle en las urnas del PRI y el PRD-PAN.

El hartazgo ciudadano se manifestó por un cambio profundo con relación directa al gobierno federal que se despide. Se ha entendido también como la reprobación al viejo régimen.

A la hora de definirse, Peña Nieto dijo: “Soy un pragmático. Creo en los resultados. No entiendo qué significa ser ideológicamente de izquierda o de derecha. Lo único que importan son los resultados”. Tenemos los magros resultados: un despegue atractivo con el Pacto por México y un aterrizaje pésimo, con todos los frentes agujereados.

Hace unos días, Peña comió con López Obrador para preparar la toma de posesión. En varias entrevistas, AMLO comentó un punto significativo: “Peña Nieto no se entrometió en la campaña presidencial, cuestión que agradezco. Padecí dos intromisiones presidenciales en comicios con los dados cargados. En este caso, Peña jugó limpio”.

Con todo respeto, como dice AMLO, el presidente Peña políticamente se encontraba arrinconado. Puede que haya jugado limpio en las elecciones del primero de julio, pero eso no significa que sus motivos fuesen democráticos. Hay políticos que hacen lo correcto por motivos equivocados. Ricardo Anaya, candidato de la coalición PAN-PRD-MC, había amagado en su campaña con meter a Peña a la cárcel, en franco desencuentro con quien había sido su aliado en el Pacto por México. Peña tuvo que optar entre inconvenientes.

  

RETORNO DE LA CUCHARA GRANDE

El PRI se supo huérfano del poder desde el 2000 y encontró refugio en los gobernadores, que con sus siglas mantuvieron zonas de dominio regional. La costumbre del poder, más la franquicia con hilos financieros, se convirtió en el mecanismo de supervivencia. Perdieron en 2006, con un lejano tercer lugar (Roberto Madrazo, de memoria huidiza) y siguieron tejiendo desde los estados su posibilidad de regreso. La cúpula del PRI necesitaba sangre nueva: un producto vendible y atractivo en política, con narrativa de masas para encandilar. Eso representó Peña Nieto desde el Estado de México: nueva máscara para el tricolor; metamorfosis de lo mismo con envoltura diferente.

Fue 2012 el regreso del PRI al poder con Peña en el centro de la fiesta, auspiciando la renovación generacional que luego resultó en corrupción voraz. Mando recobrado: confianza e insensatez. El despegue prometedor del Pacto por México se diluyó en el tercer año de gobierno, con el escándalo de la Casa Blanca y el trágico caso Ayotzinapa. Corrupción e inseguridad, símbolos de la incapacidad para cambiar políticas de gobierno y vicios del poder. Peña, con su círculo cercano (hermético en la gestión), decidió que la opinión pública no importaba. Poco a poco, practicó el escapismo en forma de silencio. La comunicación gubernamental no apareció o lo hizo mal, lo que generó la visión de desdén por el debate de los problemas nacionales.   

POR MI RAZA HABLARÁ EL SILENCIO

ABDICAR de la defensa de políticas públicas no es gobernar. Quedar en silencio frente a la coyuntura de problemáticas representa una deficiencia inocultable. El político gobernante tiene que explicar, no callar. Peña eligió lo segundo y la opinión pública se lo hizo pagar. Mientras Peña estuvo en la cresta de la ola, fue devoto de las encuestas. Exigía la medición de preferencias ciudadanas como comprobación de su eficacia gubernamental. Un espejismo. Su derrumbe  fue monumental: del 54% de aprobación al inicio de su sexenio, llegó al 16% en 2017, mínimo históricos para presidente en funciones desde que hay mediciones de aprobación ciudadana. En meses recientes (octubre y noviembre), subió a 26% de aprobación, quizás por su papel terso en la transición de poderes. El efecto AMLO le favoreció un poco, aunque no evitó la debacle. Es el presidente con peor índice de aprobación. Sus números vía encuestas se corresponden con los resultados de su gobierno.

En números el gobierno de Peña: crecimiento económico de 1.8% en promedio sexenal (se necesitaba 5% para un desarrollo sostenido); 500 mil empleos por año, cuando se necesitan un millón 200 mil; en la esquina negra: crecimiento de 60% en homicidios, 55% en secuestros y 76% en desapariciones. Las percepciones ciudadanas condenaron al gobierno de Peña y perfilaron la victoria electoral de Morena.

Mitofsky publicó esta semana una encuesta para evaluar el sexenio de Peña. De 24 rubros de gobierno en todos reprobó. Un desvanecimiento de la gobernabilidad en toda la línea. Es el primer presidente de la historia mexicana que promueve una controversia constitucional para cubrirse las espaldas por acusaciones legales en su contra.

Ha sido un largo sexenio de un PRI con regreso fugaz; asegura que regresará. ¿Cómo?

AL MARGEN

DOS tabasqueños. Carlos Ruiz Abreu será el nuevo titular del Archivo General de la Nación, según anunció la futura titular de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; en tanto que Carlos Emilio del Rivero Romero, fue elegido Secretario Técnico de la Comisión de Turismo del Senado de la República.

(vmsamano@yahoo.com.mx)