Estado fuerte y sociedad solidaria

En el sentido del cambio que el presidente Andrés Manuel López Obrador afirma que la contingencia sanitaria le cayó como anillo al dedo a la Cuarta Transformación

Para no pocos analistas serios las crisis sanitarias y económicas que el COVIT-19 está provocando en todos los países del mundo, junto con la creciente ola de inconformidades en contra del neoliberalismo, van a sacudir las bases del sistema capitalista con cambios profundos que, en principio, podrían estar orientados a construir un Estado Fuerte y una sociedad solidaria. Es en el sentido del cambio que el presidente Andrés Manuel López Obrador afirma que la contingencia sanitaria le cayó como anillo al dedo a la Cuarta Transformación.

Hasta los neoliberales más creyentes y conspicuos rezan para que el Estado resuelva la crítica situación que se nos vino encima por la pandemia, pero se les olvida que ellos mismo fueron los que desmantelaron las instituciones públicas, en especial las responsables de los servicios de salud y de la protección social.     

Desde las últimas cuatro décadas las decisiones políticas, económicas y sociales se orientaron a otorgar libertades extraordinarias al mercado. La ley de la oferta y la demanda se constituyó en norma fundamental para regular las relaciones sociales, haciendo del Estado una figura prácticamente decorativa que, en el caso de México, bajo las circunstancias de un campo minado por la delincuencia y la inseguridad, no logra cumplir con uno de sus objetivos primordiales: mantener el orden y la paz social.

Tenemos enfrente una guerra silenciosa e invisible provocada por la crisis sanitaria que genera la vertiginosa expansión del COVIT-19, que está rebasando por mucho a los servicios de salud y hasta los funerarios. En Estados Unidos, primera potencia económica y militar del mundo, se agotan los equipos médicos, las camas, los espacios y hasta el personal que expone sus vidas en condiciones desfavorables para curar a los enfermos.

En Ecuador, uno de los estados más pobres, los muertos se multiplican por todos lados y no hay forma de darles digna y cristiana sepultura. Las escenas son dantescas con la incineración de sus muertos en las calles. 

Un panorama desolador y cruel desde cualquier punto de vista. ¿Qué nos pasó como sociedad para llegar a estas circunstancias catastróficas prácticamente desarmados para hacerles frente? ¿Cuándo dejamos que el individualismo egoísta se apropiara de nuestras consciencias y acciones, como para que una pandemia viral viniera a despertarnos, a sacudirnos, para recordarnos la imperiosa necesidad de poner por delante el humanismo, la solidaridad y la colaboración?

El confinamiento de millones de personas para contener el contagio de seguro traerá consecuencias peligrosas en lo individual, lo familiar y en la vida comunitarias, sobre todo para los más de 30 millones de mexicanos que sobreviven en 9 millones de viviendas en condiciones de hacinamiento, que además estarían más expuestas a la difusión del COVIT-19.

La crisis económica que inevitablemente acompaña la pandemia mundial se prevé como una de las más agudas y devastadoras luego de la segunda guerra mundial. La paralización de la producción y de las cadenas de distribución podrían causar, más allá del previsible desempleo,  una “penuria en el mercado mundial” de alimentos, como lo advierten “en inusual comunicado común el chino Qu Dongyu, que dirige la Organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO), el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud y el brasileño Roberto Azevedo, dirigente de la Organización Mundial del Comercio” (Excélsior, 01/04/2020).

La disyuntiva que se presenta es realmente trágica, pues el escenario más optimista habla de fallecimientos por la enfermedad del coronavirus o por el hambre ante las previsibles “penurias alimentarias".   

En medio de estas crisis sanitarias y económicas se agudiza las contradicciones del modelo neoliberal y se ponen al descubierto su fracaso y su “olvido” de algo tan elemental para los seres humanos como lo es su salud y, en general, la protección social básica a la que todos tenemos derecho.

De ahí que el presidente López Obrador considere que la pandemia del coronavirus y la crisis económica que trae consigo, acabará por enterrar al neoliberalismo y de sus cenizas resurgirá el Estado de bienestar con la responsabilidad de sus instituciones de regular las relaciones sociales con un claro sentido igualitario y las económicas para generar empleo pleno y distribución equitativa del ingreso, así como promover el fortalecimiento de la soberanía nacional, la independencia económica y de todas las libertades.  

Un Estado fuerte y una sociedad solidaria que, ante las crisis de salud y económica, salven el mayor número de vidas y eviten que la mayoría de la población empobrecida durante la etapa neoliberal pague los costos de la contracción de las actividades productivas y comerciales.

Por eso, el planteamiento para superar los efectos de la recesión económica nada tiene que ver con endeudar al país, incrementar el déficit fiscal o devolver impuestos para crear otro Fobaproa y  “rescatar” a los más ricos, sino acciones que ayuden a los que menos tienen, aumentando la inversión pública y social destinada a crear dos millones de empleos y otorgar dos millones 100 mil créditos a las pequeñas empresas familiares; apretando más el cinturón al gobierno federal mediante la reducción de sueldos a altos funcionarios y eliminación de sus aguinaldos; e intensificando los esfuerzos en la implementación de los programas sociales y las grandes obras emblemáticas de la 4T, entre otras.

Esta respuesta heterodoxa a la crisis económica ya suscitó la inconformidad empresarial y sin duda va a ser blanco de múltiples críticas de quienes piensan que la única ruta contracíclica posible es rescatar a los ricos y propiciar una mayor acumulación de riquezas en pocas manos.