Fin de partida: ¿qué sigue?
La nueva partida de ajedrez político que juegan el gobierno y la realidad tiene los rasgos de una emergencia
La nueva partida de ajedrez político que juegan el gobierno y la realidad tiene los rasgos de una emergencia. Su batalla de fondo es la de la credibilidad del discurso presidencial contra los pocos logros de su gobierno.
La credibilidad del discurso va todavía muy arriba de los hechos, aunque en línea descendente.
En la última medición de Oráculus, que promedia encuestas, la aprobación del Presidente ha bajado de 80 por ciento en febrero de 2019 a 62 por ciento en febrero de 2020. El rechazo pasó, en el mismo lapso, de 20 a 33 por ciento.
En todas las encuestas aparece, sin embargo, una dualidad: la gente califica bien al Presidente y mal a su gobierno. Reconoce a la vez la figura del mandatario y los malos resultados de su gobierno.
El shock del coronavirus no hace sino subrayar la débil posición económica en que el gobierno ha puesto al país.
El hecho es que sus malas decisiones desaparecieron el mediocre, pero hoy deseable, crecimiento de 2 por ciento de 2018, para decrecer 0.1 por ciento en 2019.
De por sí, el panorama de 2020 no parecía muy prometedor antes de la sacudida del coronavirus. Todas las agencias habían ajustado a la baja sus expectativas. El Banco de México de 1.1 a 1, El Banco Mundial de 2.0 a 1.2, el Fondo Monetario Internacional de 1.3 a 1.2 , la OCDE de 1.2 a 0.7. El shock del petróleo y del coronavirus empeoraron el panorama.
El Presidente no trae a esta nueva partida de ajedrez, ni con los hechos grandes, logros de gobierno. Ni en el combate a la corrupción, ni en la reducción de la violencia, una parte de la cual, los feminicidios y los delitos contra las mujeres, se levanta como una gran asignatura pendiente. Está frente a un mal panorama.
Pero hay algo aprovechable en esta crisis para el Presidente: puede echar la culpa de los malos resultados de su gobierno al shock externo, y disminuir su responsabilidad en ellos.
Si la crisis llegara a ser realmente grave, podría hacer algo más: declarar un estado de emergencia que obliga a tomar medidas excepcionales a un presidente providencial.
Estaría entonces en su mero mole.