Hablemos claro

No pasa nada. La Presidencia acude a la Corte a litigar; a veces gana

Voy a cumplir 70 años. Jamás en mi vida había respirado, había sentido soplar el insolente, sagrado y saludable viento de la libertad que hoy recorre mi patria.

Aquí, en esta que fue la tierra de la simulación, la sumisión y la mentira, donde el Presidente era amo y señor de vidas y haciendas, el que mandaba callar a cualquiera o pagaba para que se dijera lo que a él le daba la gana; aquí hoy ningún derecho se vulnera y a nadie se limita ninguna libertad.

Hoy, al primer magistrado de la nación -que a ras de tierra y como cualquier persona la recorre- todo el mundo puede acercársele, hablar con él, increparlo, insultarlo si quiere.

¿Quién entre todos los intelectuales, columnistas, presentadores de radio y TV ha recibido de este gobierno una amenaza, una sugerencia siquiera de lo que debe callar o lo que debe decir?

¿Quién entre ellas y ellos habrá de negar que eso era lo que sucedía en el pasado, cuando les hablaban de Gobernación o de Los Pinos, de donde venían el cheque o la orden de despido?

¿Quién, con honestidad y rigor, puede presentarse hoy como víctima de persecución política, fingirse mártir de la libertad de expresión?

¿Qué medio puede alegar que se le censura o se le exige que “cuide”, “suavice” o “matice” un hecho, o que de plano lo calle?

Es cierto que se les dicen sus verdades cuando mienten -porque el derecho de réplica es consustancial a la libertad de expresión y no existe una sin el otro-, pero a nadie se le persigue.

¿Qué opositor puede denunciar que ha sido reprimido, que su derecho de organización, de movilización ha sido vulnerado? 

Hoy un juez, suspende -a punta de amparos y sentencias- una obra pública de importancia estratégica, detiene una reforma constitucional, le marca el alto al Presidente, complica y a veces frustra sus iniciativas.

¿Y?

No pasa nada. La Presidencia acude a la Corte a litigar; a veces gana, a veces pierde. El juez vuelve a la carga.

¿Y el fiscal general de la República? ¿Y el presidente de la Suprema Corte?

¿Obedecen ambos al Presidente como lo hacían antes o más bien hacen lo que su conciencia les dicta y lo que sus atribuciones legales les marcan y permiten? ¿Uno procura justicia y el otro dicta sentencias por consigna? No. Ya no es así.

Por primera vez en la historia moderna de México ni el fiscal es el abogado del Presidente ni la Corte está a su servicio.

Hoy, y más allá de las falacias de la derecha conservadora, la verdad es que los otros poderes de la unión ya no se doblegan ante el Ejecutivo.

¿Y los empresarios? ¿A cuál de ellos -díganme ustedes uno solo- le fue expropiada alguno de sus negocios? ¿Acaso se nacionalizó la banca? ¿Se les limita de alguna manera?

Hablemos claro: vive México una transformación radical, pero, como nunca se ha visto antes en la historia, esta transformación se hace garantizando -ampliando, incluso- todas las libertades públicas.

Aquí se han tomado medidas para redistribuir la riqueza, para hacer justicia social, disminuir la monstruosa desigualdad social y contener un estallido que era inminente e inevitable. Todo ello se ha logrado sin tocar un pelo a esos que, de forma criminal y suicida, a punta de mentiras, atentan contra la democracia.

Tiene razón López Obrador cuando cita a Stephan Zweig y dice que en México se vive “un momento estelar de la humanidad”. Yo estoy consciente y orgulloso de ello y -por eso- sin cejar en la lucha para llevar a juicio a los expresidentes, he de empeñarme en la defensa de esta transformación y, en consecuencia, en la ratificación de su mandato en la consulta del 2022.

 @epigmenioibarra