Idealismo versus realidad
03/06/2025
La Constitución y el desafío de transformar la realidad
El derecho es hasta este momento de la humanidad la mejor manera que hemos encontrado como sociedad organizada de intentar autoregularnos; todo grupo social, desde los que se consideran a sí mismos como "avanzados", hasta los que podríamos catalogar o definir como primitivos que no por ellos atrasados, pero todos hemos logrado desarrollar al paso de la historia de esas sociedades un sistema de normas, que denominamos leyes y que nos hemos dispuesto ordenar de tal manera que existe un orden jerárquico y hasta el pináculo imaginario del mismo se encuentra el documento históricamente primigenio y socialmente principal, lo llamamos Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Nuestra Constitución decimos y dicen los tratadistas, representa el sentir de una nación existente en un espacio y tiempo determinado de su historia, representa sus más profundos anhelos de orden, libertad, justicia social, desarrollo, crecimiento económico, etc. Todo ello por supuesto cimentado sobre la base de principios que son al tiempo los ideales de una nación que desea vivir en paz y formar familias, criar hijos, tener oportunidades no solo para ellos sino para sus generaciones venideras. Todo esto -insisto- son ideales.
No obstante, los ideales ante la realidad se vuelven -las más de las veces- en una mentira y algunas en una gran mentira. Lo afirmo porque cuando se construyen los cuerpos normativos se parte de una idea, idea forjada sobre la base de lo que pensamos acerca de cómo sería ideal que fueran las cosas, con esa idea le damos forma a los sistemas y a partir de ello pensamos cómo deben funcionar y qué resultados queremos ver al implantar ese sistema, un esfuerzo muchas veces honesto, sin embargo, una vez creado y puesto en marcha se asoman los que con sus "artes" nada honestas contaminan el imberbe sistema que apenas nace y su crecimiento comienza ya torcido, manchado en distintos tramos de su ejecución por quienes deberían asegurarse que funcione de la manera como fue creado, buscando un ideal.
Pero no, son precisamente esos operadores que aseguraron sería distinto, los que usualmente se encargan de que efectivamente nada sea distinto, entonces la premisa de "traer a la vida" un ideal y convertirlo en un sistema idóneo al construirlo y ponerlo en marcha logra precisamente lo contrario, es decir, hemos construido algo que al ejecutarse sus resultados están lejos de la realidad que creíamos ver.
¿Qué podemos hacer? De momento nada. La pregunta es ¿qué debimos haber hecho? Resistir la tentación de violentar el sistema recién creado; resistir la idea de controlar acontecimientos y resultados; permitir que el sistema se autogestionara y produjera lo que su ejecución arrojaría, "una fotografía de la realidad del momento"; pero no, se dejó pasar la oportunidad y se hizo lo que hacían "los viejos empleados de la empresa", resistirse al cambio y querer "operar lo nuevo" con prácticas de antaño, prácticas que por cierto han demostrado por mucho su ineficacia y han evidenciado el daño histórico que se ha producido en el consciente colectivo: no creer en ningún esfuerzo histórico por cambiar el estado de cosas.
Aunque no podemos afirmar que el mundo como lo conocemos dependa de la percepción concreta de cada persona, sí podemos entender que existe un sistema de ideas que subyace a la realidad y ésta a su vez se materializa históricamente a través de las instituciones que hemos creado, de la cultura que caracteriza nuestro gentilicio, y, nuestra historia misma, que -por lo visto- parece que no tenemos disposición de transformarla.
En su Teoría de las formas Platón establece una distinción entre el mundo sensible y el mundo inteligible, es decir, lo que vemos y tocamos versus las ideas eternas e inmutables; por otro lado, Agustín de Hipona describe el conocimiento humano como una rememoración de verdades eternas depositadas en el alma; y, más adelante en la historia, Marx plantea en su materialismo filosófico que la realidad social y económica antecede y determina la conciencia, el pensamiento entonces es producto -afirma- de las condiciones materiales y productivas de la sociedad.
A partir de estas concepciones y particularmente de Agustín de Hipona creo que podemos afirmar que el idealismo como proceso creativo produce la racionalidad humana que a su vez se convierte en una especie de motor del progreso histórico, que involucra la voluntad del individuo plenamente consciente de que la transformación del mundo y su entorno conduce a una verdadera emancipación de sí mismo.
Concluyo, los ideales frente a la realidad no deben ser siempre un antagonismo, podemos avanzar hacia una forma de pensar en la que nuestra concepción y nuestras acciones estén genuinamente motivadas por hacer lo que sabemos correcto, dejando que los resultados "no deseados para algunos" se contrapongan a "los resultados deseados por la mayoría", asumiendo los resultados y ajustando las decisiones futuras a los cambios ya mostrados por la voluntad de esa mayoría.
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