La ciencia, las mujeres y las vacunas

El atraso o desinterés en estudiar aquello que es propio de las mujeres sigue vigente

La ciencia tiene una gran deuda con las mujeres. Eso quedó de manifiesto recientemente, luego que miles reportaron afectaciones diversas en sus ciclos menstruales a raíz de que se aplicaron alguna vacuna anticovid. Mientras algunos médicos aplicaron la vieja fórmula de ghostear (ignorar o desaparecer) a las mujeres, haciéndoles creer que esas alteraciones eran ideas suyas, otros equipos decidieron tomarse los reportes en serio. Las conclusiones son que sí, uno de los efectos secundarios de la vacunación anti COVID pueden ser cambios en la fecha de la menstruación, su duración e intensidad del sangrado.

¿Por qué sucedió esto? La explicación más simple es que durante los estudios de experimentación y desarrollo de las vacunas nadie se planteó buscar efectos secundarios que pudieran afectar específicamente a las mujeres o su ciclo menstrual. A pesar de que representan a la mitad de la población, y una buena parte de sus preocupaciones e intereses se centran en su salud sexual y reproductiva, así como la necesidad de anticipar cuándo les va a bajar.

Olvidos como ese habido muchos en la historia de la medicina. Por ejemplo, la anatomía completa del clítoris apenas se describió completamente en 1998, antes de eso, se pensaba que este órgano era solamente la parte externa visible. Y los estudios sobre en qué parte del cerebro se representa el clítoris en el cerebro apenas empezaron a ubicarlo a finales del año pasado, cuando este tipo de estudios inició hace casi un siglo. Y los sitios en el cerebro donde se representa el pene se hallaron en la década de 1950.

El atraso o desinterés en estudiar aquello que es propio de las mujeres sigue vigente, con consecuencias mucho más palpables y cotidianas. A la fecha se desconocen con exactitud las causas del síndrome premenstrual, a pesar de que afecta hasta el 40 por ciento de las mujeres en edad reproductiva con malestares diversos, físicos y emocionales, que si bien no necesariamente son incapacitantes, sí afectan su calidad de vida.

La educación sexual en sí misma deja mucho que desear, pues a las niñas se les explica de manera muy general sobre la menstruación. Solo aquellas que tienen problemas con su ciclo, o una curiosidad superior, se adentran a indagar en ese mundo complejo y técnico de hormonas que cíclicamente se comportan como una montaña rusa cuyos vaivenes pueden definir si se embarazan, si les salen granitos en la cara o el pecho, si pueden ir a nadar o tienen que ir a la escuela con ganas de morirse.

Para saldar la deuda de la ciencia con las mujeres es necesario facilitar que más de ellas se conviertan en científicas. Son ellas las que pueden plantear preguntas sobre lo que a las mujeres importa. Las que pueden aportar soluciones a los problemas de mujeres, tradicionalmente tenidos como asuntos sin importancia.

¿Y por qué no hay más mujeres científicas? Por la misma razón que no hay más mujeres que hombres en puestos de alto rango, o dueños de grandes empresas. Porque a las mujeres se les exige ser madres como si no trabajaran y trabajar como si no tuvieran hijos. Mientras que a los varones no les preocupa la paternidad, porque nadie les exige decidir entre tener familia o ejercer su profesión, para las mujeres hoy es más complicado que nunca.

Aunque algunos quisieran que las mujeres volvieran a arrinconarse en la cocina, la realidad es que se las necesita en todos los frentes: en la ciencia, la política y los negocios. Tener mujeres que puedan hacer propuestas en igualdad de condiciones que los hombres permite enriquecer la labor para evitar deficiencias como las de las vacunas.