La clave de las promesas de campaña: El dinero

La clave de las promesas de campaña: El dinero

NOTA BENE

La clave de las promesas de campaña: El dinero

El combate electoral va a estar muy igualado según los pronosticadores, que sólo aciertan cuando adivinan el pasado. El más cauto entre los zahoríes es el Presidente Peña Nieto, que es el que a pesar de manejar más datos se fía menos de quienes se los suministran. Si la pelea va a decidirse por puntos, su influencia en ese juez de millones de cabezas que llamamos pueblo está bien escogida en el tiempo y en el espacio. La Navidad está viniendo y todos sabemos cómo va a ser, aunque las pastorcillas sean buenas. Puesto a prometer, al presidente es muy difícil ganarle por puntos. El candidato Meade es bueno, pero a condición de creerle las promesas de campaña que sin duda nos propinará. Somos como niños, pero no como retrasados mentales. No todos los calvos se compran unas tijeritas a la vez que adquieren un específico donde se advierte que si se observa un excesivo crecimiento del cabello hay que suspender por unos días lo de echarse unas gotitas, no sea que el flequillo pueda impedirle la visión a quien antes tenía menos pelos que un foco de la luz. El ser humano no es un animal racional, ni un animal inconsolable, como creía el gran Saramago, sino un animal crédulo. La embustera y necesaria esperanza hace posible que el timo de la estampita, ya sea política o religiosa la estampa, siga dando grandes derechos de autor. Ocurre que el dinero, aunque sea en sencillo, sigue agradando a todos, incluso a quienes lo han acumulado desproporcionadamente. Cuando un periodista le dijo a Bárbara Hupton, que era una de las mujeres más ricas del mundo, para iniciar su conversación: “partiendo de que el dinero no hace la felicidad.” Ella le interrumpió. “¿Quién le ha dicho a usted esa tontería?”. Peña sabe que la clave va a estar en el dinero,  y Meade sabe mucho de eso y el presidente que es millonario pero no tonto, cree que los pobres somos algo cortitos de mente, pero todos nosotros sabemos que lo peor de la crisis no es lo que nos queda por ver, sino lo que nos queda por oír. Los oradores son unos pelmazos.

Por Antonio López de la Iglesia