La colonia, modorra y corrupción

Durante 300 años sufrimos la lacerante modorra de un virreinato obeso, enfermizo, y de corrupción contagiosa

Durante 300 años sufrimos la lacerante modorra de un virreinato obeso, enfermizo,  y de corrupción contagiosa.  Con una organización política complicada y cambiante, que a veces ni ellos mismos entendían.

De 1522 a 1535 Hernán Cortés ejerció el poder como Capitán General y Justicia Mayor,  fecha esta última en que se creó el Virreinato inaugurándolo Antonio de Mendoza y Pacheco.

Crearon las audiencias, como tribunales supremos, para moderar las arbitrariedades de los virreyes. Carlos I crea  en 1527  la primera Audiencia y Cancillería Real de México, presidida por el infausto Nuño de Guzmán, quien al año tuvo que dejarla, marcado por las terribles atrocidades que cometió en contra de los indígenas. Sus atropellos fueron tan criminales, que escandalizaron al mismo Cortés. Se creaban para un supuesto buen  fin, pero en la realidad  servían para otro.

En 1543 se creó la Audiencia de los Confines, que prácticamente no funcionó y fue itinerante en diversos puntos de Centroamérica. Audiencia de Guadalajara, y en 1568 la Audiencia de Santiago de Guatemala que sustituye a la de los confines.

En 1574 se crea la Gobernación y Capitanía General de Filipinas, dependiente del Virreinato de la Nueva España. Territorialmente el virreinato incluía pues las Filipinas y desde Alaska hasta Costa Rica; Panamá era una provincia del Virreinato de Nueva Granada, y después un departamento de Colombia. Además incluía adicionalmente las islas del Caribe.

La estructura administrativa generalmente fue en orden descendente: primero el Rey y abajo el Real Consejo de Indias, y después el Virrey, la Real Audiencia, las Gobernaciones,  los Corregimientos o Alcaldías Mayores, y a lo último los Ayuntamientos. Los nombres variaron  en ocasiones a Regiones, Provincias o Reinos (Reino de Nueva  Galicia, Reino de Nuevo León, de Nuevo Santander).

Buscaban el oro y la plata, y las minas  que generalmente se localizaron en el centro de la República. Allí  fue donde se dio el mayor desarrollo y también, como ahora, la mayor concentración de población.

Varias misiones salieron de la ciudad de México para botar a los rusos que estaban invadiendo Alaska, donde aún existen muchas poblaciones con nombres castellanos. Pero no exploraron la minería y esos inmensos territorios permanecieron casi abandonados.

Imperó la corrupción. Por el establecimiento de las “castas” con las que clasificaban a la población por el grado de pureza de sangre española o contaminación de sangre india o negra, se establecieron registros. Y si un español tenía un hijo con una mujer no española, tenía que inscribirlo en el “Padrón de la Infamia”, pero en  los presupuestos estaba tasado cuánto debía pagar ese español para eximirlo de esta obligación, o sea  la corrupción institucionalizada.

Y dentro de esta rígida organización, las castas menores con menor sangre blanca, y los indígenas y negros, pues estaban impedidos para formar un patrimonio, y de allí nos viene lo botarata del mexicano. Aquel que por su habilidad ganaba algo, al no poderlo invertir, pues lo gastaba en lo que fuera. No tenía otra opción.

Las trece pequeñas colonias británicas en la Costa Atlántica,  con escuelas y universidades con todos los adelantos científicos y tecnológicos y en un ambiente libertario, progresaban en forma muy acelarada, mientras acá se dormía la noche de tres siglos. Vino después la declinación y desaparición de la aciaga colonia.