La erosión de la democracia que conocemos

La erosión de la democracia que conocemos

Dice Steven Levitsky, cuyas reflexiones he glosado estos días, que la historia ha minado el triángulo institucional que sostuvo hasta ahora a las democracias modernas.

Ese triángulo es el que forman los partidos políticos, los medios y los grupos de interés.

Hasta hace poco tiempo nadie podía llegar al poder sin pasar tres filtros: ganar el aval de los partidos, la atención de los medios y el apoyo de los grupos de interés.

Ese triángulo institucional, elitista, regulaba la participación y el éxito políticos, sometiendo a los controles y los equilibrios del establishment a todos los competidores, garantizando su autocontrol y estableciendo límites a sus compromisos públicos y a sus carreras, mediante el castigo de los candidatos extremistas.

La situación ha cambiado sustantivamente a partir del cambio en los medios. Los políticos pueden llegar hoy a los electores sin pasar por los medios tradicionales, pueden financiarse sin pasar por los grupos de interés y pueden tener agendas distintas y hasta contradictorias con las de los partidos que los postulan.

Es posible ahora correr políticamente por fuera de los controles del establishment. La política es más democrática, los candidatos son más libres, el diálogo con los sueños y las necesidades de la sociedad es más directo, pero las democracias son más vulnerables que nunca al extremismo, al populismo, a la demagogia.

Este es el proceso de erosión que recorre las democracias de occidente: la libertad de los políticos y de sus sociedades frente a las reglas restrictivas del establishment político en su triada partidos / medios / grupos de interés.

La política, dice Levitsky, ha pasado de campo de la demanda, donde partidos, medios y grupos de interés procesan y acotan las exigencias de la sociedad, al lado de la oferta, donde políticos sin restricciones institucionales ofrecen verosímiles, aunque ilusorios, futuros de reparaciones, reivindicaciones y bienestar para los excluidos.

Es un horizonte político más libre, menos restrictivo, aparentemente más democrático, menos elitista, pero en el fondo menos controlable por la sociedad, salvo al final del ciclo cuando las grandes promesas se han vuelto tristes realidades y las democracias se han tornado tiranías difíciles de combatir democráticamente.