La incertidumbre democrática contra la engañosa seguridad del autoritarismo

La incertidumbre democrática contra la engañosa seguridad del autoritarismo

*Ya nadie tiene seguro un cargo; hay que competir con lo mejor

*El reparto de cuotas y cuates puede llevar al fracaso partidista

*Una lectura correcta de los procesos recientes, clave para el futuro

LAS RECIENTES elecciones en cinco estados del país nos han confirmado que en una competencia democrática ningún candidato o partido está seguro de ganar.  Es cierto que aún falta eliminar lagunas legales, tropiezos técnicos o vicios de conducta, pero en su conjunto la estructura de la contienda electoral es muy distinta de hace apenas tres décadas. Los intentos y acciones para manipular los resultados son más evidentes, como los muestran los casos de Edomex y Coahuila.

Como usted sabe, en esas entidades, junto a Nayarit, se votó por gobernador y en dos de ellas por diputados locales y presidentes municipales. Hubo también votaciones por alcaldías en Veracruz y por presidencias comunitarias en Tlaxcala.

Esta “incertidumbre democrática” cambia la forma de hacer política. Los viejos esquemas de negociación en los que se repartían los cargos y cotos de poder desde antes de las votaciones ya no funciona. Es lo que deberán tener en cuenta los competidores del año próximo, incluyendo por supuesto todos los que aspiran en Tabasco. No hay candidaturas seguras, mucho menos puestos amarrados.

 LENTOS PERO IMPARABLES

LOS CAMBIOS en las condiciones de la competencia electoral han sido paulatinos. Pero podría afirmarse que un enorme salto sucedió en el 2015, cuando en las votaciones intermedias –para diputados federales-, cinco fuerzas partidistas se repartieron la mayor parte de electorado: PRI, PAN, PRD, Morena y PVEM. Pero también fue notorio el factor introducido por el partido Morena, en su primera incursión, obligado por la ley pero en una medida que ya es parte de su estrategia: ir a las elecciones sin alianza…hasta ahora.

Mientras, entre los otros partidos hubo coaliciones formales y de facto. En especial entre el PRI y PVEM, como entre el PAN y PRD.

Esta modificación de las circunstancias se hizo más evidente en las contiendas estatales del 2016: el PAN –sólo o con alianzas del PRD- ganó siete de 12 gubernaturas en la mayor derrota tenida por el PRI en los años recientes, sobre todo porque tuvo que entregar a sus opositores cuatro entidades que no habían tenido alternancia, en especial la estratégica plaza de Veracruz.

Allí no sólo ganó una alianza encabezada por el PAN, sino que Morena se convirtió en una fuerza altamente competitiva y con capacidad para cubrir la mayor parte de las casillas electorales. Prácticamente igualó al PRI en el porcentaje de votación. Una debilidad que siempre ha presentado la oposición es su falta de presencia capacitada en los mesas de depósito y conteo de sufragios; al mismo tiempo que los adversarios buscan mermar esa vigilancia.

Si había alguna duda de las nuevas condiciones de respuesta ciudadana y de potencialidad de los partidos, o bloques electorales, las votaciones del reciente 4 de junio confirmaron que nadie puede cantar victorias anticipadas. También que, lamentablemente, las autoridades electorales quedaron por debajo de las exigencias. Esto debe corregirse a marchas forzadas porque en el 2018 un error o manipuleo semejante a los de Edomex y Coahuila colocarían al país en la ingobernabilidad, un escenario que sólo agravaría la grave situación económica.

Está por demás señalar que la maduración democrática, con todo y la incertidumbre para los aspirantes a los cargos de elección popular, se reflejaría en una economía que no sería afectada por los procesos electorales, sino al contrario: mientras más competencia, más calidad.

Comprender esto obligará a los partidos y a los actores políticos a adaptarse a la transformación, o sólo los veremos en una larga agonía. Varios de los partidos actuales están en vías de desaparición y esto lo podemos confirmar porque sólo sobreviven con alianzas en los que van como minoritarios.

IMPACTO EN TABASCO

DURANTE  una mesa de análisis que realizó el Diario Presente la misma noche de los comicios del 4 de junio, con Juan Carlos Guzmán, Julio César Cabrales y este columnista, coincidimos en señalar que por diversas razones lo sucedido en esas elecciones tendría un efecto directo en Tabasco.

Un motivo principal es que, como sucedió en el 2012, las elecciones federales para la Presidencia, diputaciones y senadurías, coincidirá con los procesos locales para votar por el relevo en la gubernatura y en las alcaldías, lo mismo que en Legislativo estatal. Esto quiere decir que los partidos deberán tomar en cuenta quiénes compiten por la Presidencia y cómo se articulan las alianzas, para saber cómo se traslada ese hecho al plano local.

Pero de la misma forma, los recientes procesos mostraron que en los partidos PRI, PRD y PAN existe una frágil tregua entre los bloques o corrientes, con sus líderes preocupados más por su futuro inmediato que por la consolidación de un proyecto político de largo alcance.

En el PRI, como se ha visto, hay dos grandes bloques: quienes son identificados como la avanzada salinista y sus aliados que buscan controlar la sucesión, y quienes se agrupan en torno a Peña Nieto que –como todos los gobernantes que van de salida-, pretenden garantizar la continuidad de su proyecto y de sus representantes.

En el PAN se puso de manifiesto lo que ya era público: un bloque encabezado por el dirigente nacional Ricardo Anaya –con corrientes y personajes incluso contrarios-, y otro encabezado por Felipe Calderón y Margarita Zavala. Estos dos bloques tienen, cada uno por su lado, negociaciones con sectores del PRI.

El PRD, que aparece como un “partido puente” o partido bisagra, se debate entre la hegemonía de Los Chuchos (Nueva Izquierda) y Alternativa Democrática Nacional (ADN), grupos que a su vez buscan aliados internos con la decena de mini corrientes y difieren si coaligarse con el PAN o con Morena.

Cierto que en este contexto -para el PRD- Tabasco tiene condiciones particulares por estar en el gobierno, lo mismo que en Morelos y Michoacán, pero no será ajeno a los acuerdos que establezcan las dirigencias nacionales.

Aún Morena, que aparece actualmente como un bloque monolítico en torno a la figura de López Obrador, tendrá que replantear su discurso y política de alianzas. No es lo mismo cubrir los puestos de votación en tres o cuatro estados y vigilar a los árbitros electorales, que hacerlo en todo el país.

Uno o dos puntos porcentuales hacen la diferencia. (vmsamano@yahoo.com.mx)