La posverdad

Se le llama "posverdad": es una especie de mentira emotiva que implica la distorsión de la realidad; con ella, se busca imponer las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos.

Se le conoce como "controversia Marprelate" a los enfrentamientos doctrinales religiosos que ocurrieron en Inglaterra entre los años 1588 y 1589, a través de panfletos editados en imprentas secretas. El autor de estos libelos firmaba como "Martin Marprelate" y su identidad nunca fue descubierta.

De estos hechos sobrevino la denominada "Guerra de los panfletos", un conflicto que apeló a la consolidación de las técnicas de persuasión mediante textos las más de las veces no contrastados, equívocos, o directamente falsos. Se buscaba masificar bulos para impactar en los estados de ánimo y de pensamiento de la audiencia. Por aquellos años, el filósofo italiano Giordano Bruno acuñó una expresión que resuena hasta nuestros días: "si no es verdad, cuéntalo de modo que lo parezca".

Hoy, resulta común, pero antiético, inmoral, que en escenarios de disputas políticas se tienda a la distorsión de la realidad para incidir en las emociones y los sentimientos de la gente. Se manipulan creencias con el propósito de influir en la opinión pública, y quienes más recurren a estos artificios son los que se saben en franca desventaja. De manera concreta, esto ocurre cuando las opiniones y los supuestos están por encima de los hechos.

Se le llama "posverdad": es una especie de mentira emotiva que implica la distorsión de la realidad; con ella, se busca imponer las emociones y las creencias personales frente a los datos objetivos.

No es en términos de comunicación masiva y de estudios de opinión un concepto nuevo, porque la "posverdad" tiene su antecedente más remoto en la expresión inglesa "post-truth", empleada por primera vez en 1992 por el dramaturgo Steve Tesich. No obstante, empezó a popularizarse con intensidad en 2016, tras las elecciones de Estados Unidos en las que obtuvo la victoria Donald Trump y el referéndum británico que desembocó en el denominado "Brexit", es decir, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Ambos casos estuvieron precedidos de incontables dichos e imágenes falsos que generaron una acentuada desinformación.

Baste decir que a Trump se le conoce como el máximo exponente de la política de la "posverdad", un atributo nada agraciado. Se estima que 7 de cada 10 declaraciones que hizo durante su campaña electoral de hace ocho años fueron falsas, práctica denostable que se prolongó a su gobierno (según el periódico The Washington Post, el expresidente estadounidense dijo más de catorce mentiras diarias durante los tres primeros años de su mandato: ¡vaya récord!).

El fenómeno de vender una mentira como si fuera verdad, y hacerlo de manera premeditada, cobra auge porque los medios digitales y las redes sociales son poderosas plataformas de difusión que resultan muy efectivas en tanto sean más sensacionalistas. Recuerdo haber leído que entre algunos periodistas de la vieja guardia era común decir con ironía: "no dejes que la realidad estropee un buen titular". Quizá la frase se acuñó en tono de broma, pero se ha convertido en un lamentable hábito.

Aclaro que los medios digitales, como simples instrumentos o vehículos para transportar información e ideas, buenas o malas, no tienen la culpa. Son simplemente herramientas tecnológicas. El problema somos nosotros, como agentes o sujetos de interacción, porque se nos hace fácil anular el espíritu crítico de la sociedad para ceder paso a la manipulación y el engaño.

Otro ejemplo lo tenemos en el proceso electoral que estamos viviendo —a nivel nacional y local—, próximo a concluir, pues hay candidatas y candidatos que han hecho de la "posverdad" sus metralletas. Disparan sin cesar, mienten sin razonar, acusan sin probar. Hemos tenido debates políticos plagados de estas prácticas. No hay duda: es el reinado de la "posverdad", el neologismo que más de moda se ha puesto como recurso para construir narrativas subjetivas e ideológicas que se impongan a la argumentación basada en datos reales.

Es de lamentar que la deliberación sobre asuntos de interés público sea cada vez más una ficción: pierde la democracia, pierde la política, pierde la cultura, perdemos todos.

LA ÚLTIMA

El martes de esta semana, una candidata presidencial sostuvo una reunión con el Consejo Nacional Agropecuario. Ahí afirmó que una encuesta presentada por Citibanamex le daría una ventaja de menos de un punto porcentual en la preferencia del electorado, por arriba de otra candidata (40.2 por ciento contra 39.6 por ciento).

Horas después, Citibanamex informó que no realiza encuestas y que su Unidad de Estudios Económicos lleva a cabo ejercicios de agrupación de instrumentos de medición que considera confiables. Según precisó, a menos de dos semanas de la elección las encuestas le dan 20 puntos de ventaja a Claudia Sheinbaum. Con el propósito de distorsionar la información para causar efectos en el estado de ánimo de la gente, Xóchitl Gálvez recurrió a la "posverdad" (su equipo se vio en la necesidad de aclarar después que se refería a los resultados de la empresa Massive Caller). Por cierto, este recurso es también el preferido de muchas presuntas encuestadoras.