La transformación de México, 1a parte

Ni las élites ni sus profetas en los medios tienen ningún interés en debatir. Con los inquisidores

Ni las élites ni sus profetas en los medios tienen ningún interés en debatir. Con los inquisidores, los defensores de la fe revelada, con sus dogmas y misterios, es imposible discutir. No reconocen las evidencias cuando se les ponen enfrente, no tienen más argumentos que el odio y el resentimiento; más armas que la calumnia, la descalificación y la mentira.

Quieren de nuevo los privilegios que perdieron, el poder que no supieron mantener y del que abusaron y se sirvieron a su antojo. Los quieren a toda costa. La democracia era para ellos una coartada que les servía en tanto les garantizara el acceso al botín. Hoy los plazos y procedimientos de la misma les estorban y acarician la idea de una ruptura del orden constitucional.

Les sobran el dinero y los medios, pero nos siguen hablando de un país inexistente, en el que supuestamente había paz, democracia, justicia y progreso, como si la inmensa mayoría de las y los mexicanos que sufrimos las consecuencias de la violencia, la impunidad, la desigualdad y el saqueo hubiéramos perdido la memoria.

Hace dos años escribí sobre el enorme y raro privilegio de haber experimentado, de haber registrado, en el curso de mi vida, dos victorias históricas. La de un pueblo, el salvadoreño, que tras 12 años de guerra sin cuartel tuvo la valentía y el coraje de conquistar la paz en la mesa de negociación, y la de otro pueblo, el mío, el mexicano, que tras décadas de lucha civil, de fraudes electorales, salió masivamente a votar y a poner fin, pacíficamente, a uno de los regímenes autoritarios más represivos, más corruptos y longevos de la historia moderna. De esta segunda victoria, de la que con otras y otros 30 millones de mexicanos fui protagonista, quiero escribir ahora.

Reafirmo que no he de soltar a Felipe Calderón hasta que lo agarren, ni dejaré de señalar a aquellos columnistas y presentadores de radio y TV a los que el viejo régimen pagaba por callar y ordenaba qué decir, esos que hoy simulan ser “críticos imparciales”... Pero aún en medio de su griterío que sólo busca confundir, quiero hablar de lo logrado, de cómo con la pandemia -vaya paradoja- se está profundizando el proceso de transformación radical de México y de cómo, al caerse en pedazos el mundo en que vivíamos, tenemos hoy ante nosotras y nosotros la oportunidad de hacerlo más justo, más digno, más amable.

Hablemos, antes que nada, de cómo el sistema de salud pública de México, que hicieron pedazos un atajo de gobernantes y funcionarios corruptos, contratistas y proveedores venales, se recompone a una velocidad inaudita.

La consigna del régimen neoliberal era desmontar la salud pública, privatizarla, y en el proceso terminar de saquear al erario. Hospitales a medio construir, sin médicos ni enfermeras, sin camas ni equipos, fueron inaugurados para la prensa y de inmediato abandonados en los sexenios de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Millones y millones de mexicanos de los sectores más empobrecidos fueron abandonados a su suerte. Sin un cambio de régimen, la pandemia hubiera significado el exterminio de amplias capas de la población.

No fue así. No será así. Más de 45 mil profesionales de la salud, -contratados en un lapso de solo dos meses y que se suman a los  médicos y enfermeras que ya estaban en servicio- atienden hoy la emergencia en 846 hospitales. Las medidas de mitigación permitieron reducir el ritmo de contagios. La expansión y la reconversión hospitalaria impidieron llegar al punto en que aquí (como sí ocurrió en Italia, España, Estados Unidos y otros países) fuera necesario decidir quién se salvaba y quién no. De cómo esto se logró escribiré, después de visitar -cámara al hombro- los hospitales y hablar con las y los médicos y enfermeras, la próxima semana.

@epigmenioibarra