LECCIONES POLÍTICAS

LA DEMOCRACIA EN EL MUNDO MODERNO (I)

Ofrecemos un fragmento del discurso de Don Enrique González Pedrero en la inauguración del encuentro sobre "La democracia en el mundo moderno", realizado en la ciudad de México entre el 19 y el 22 de enero de 1982, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México y la Asociación Mexicana de Ciencia Política. Aunque han pasado ya más de cuatro décadas, sus principios y reflexiones siguen vigentes. Este 6 de septiembre se cumple el segundo aniversario luctuoso de EGP (2021)

Nos hemos reunido para hablar sobre un concepto fundamental de la reflexión política: la democracia. Iniciamos un Coloquio, es decir, nos proponemos dialogar en libertad acerca de un sistema de convivencia que debiera presuponer, aunque no siempre sea así, el ejercicio de la libertad.

¿Hablaremos todos del mismo fenómeno o iniciaremos un monólogo colectivo donde cada quien hablaría de democracia sin estar hablando de lo mismo? Es raro encontrar a alguien, en esta época, que no profese ser partidario de la democracia. La palabra misma se ha vuelto fuente de legitimidad, como si bastara con calificar algo de democrático para hacerlo válido y justificable. Es posible, así, defender a una tiranía aduciendo que está en vías de construir la democracia. Pero, sin caer en esos vicios de lenguaje, los sentidos que pueden darse al concepto son tan diversos que lo mismo se elogia por aquí a un régimen bipartidista como verdadero ejemplo de democracia que por allá a un sistema pluripartidista o en otras latitudes al sistema de partido único.

Suele caerse, por otra parte, en la oposición maniquea entre una democracia que dice buscar la igualdad y otra que afirma buscar la libertad, suponiéndolas antagónicas e irreconciliables. Por un lado, las democracias occidentales son calificadas de liberales porque postulan a la libertad como el más preciado valor social del que se derivan otros igualmente fundamentales: sufragio universal, equilibrio de poderes, pluralismo ideológico.

La democracia liberal estableció la fórmula de un gobierno de mayoría con respeto irrestricto de los derechos de la minoría. Pero no excluye las desigualdades, proporcionando así a los sistemas donde la libertad de hoy se difiere por la hipotética libertad de mañana, argumentos para sostener que el mundo occidental sólo profesa una libertad formal puesto que tolera, en la práctica, la explotación del hombre por el hombre. Para los que impugnan a la democracia liberal, el Estado no sería en ella más que el instrumento de opresión de una clase sobre otra.

Por otro lado, en el proyecto de liberación del hombre que proponen las democracias del Este, la meta sería una sociedad sin clases que abriría caminos de igualdad para todos y en todos los órdenes. La democracia no pasaría, en suma, por el ejercicio de la libertad si: no, más bien, por la supresión de la explotación. O, si se prefiere, bastaría con ser iguales para ser libres.

A la ciencia política corresponde describir el fenómeno democrático en toda su variedad, explicarlo en sus causas y consecuencias y detectar las constantes, sin olvidar que la realidad es siempre infinitamente más rica que la teoría.

La democracia griega, vigente para quienes gozaban de la ciudadanía en una sociedad que admitía la esclavitud no es idéntica a la que floreció en las comunidades rurales de la Nueva Inglaterra del siglo XVIII o la que se practica en la sociedad de masas, urbana y compleja, de nuestros días. Pero, además ¿cuántas de las numerosas realidades que, por razones de ideología, o de lucha política o de conveniencia táctica se visten con la casaca democrática lo son sustancialmente?

Libertad e igualdad no tendrían que ser términos excluyentes: si la conquista de la igualdad debe hacerse en la libertad, la salvaguarda de la libertad no puede prescindir de la aspiración igualitaria. Si es verdad que la libertad de explotar no propicia la democracia, tampoco la favorece la supresión de libertades en aras de una sociedad supuestamente igualitaria. ¿No estaría, más bien, la democracia auténtica en aquel punto de difícil acceso donde se conciliará, realizándose ambas plenamente, igualdad y libertad?

La democracia no es un fenómeno dado sino un sistema en gestación constante. El prodigioso, y siempre frágil, equilibrio entre consenso y disenso, entre mayorías y minorías, sustenta la dialéctica democrática: la libertad no ha de degenerar en anarquía ni las mayorías han de encerrar a las minorías en las trampas de un consenso totalitario. La democracia es un proceso dinámico que no admite dogmas ni ortodoxias. No se pierde el poder de una vez y para siempre en un sistema democrático. Tampoco se gana para perpetuarse en él. La contienda democrática supone prescindir de la violencia. El recurso de la violencia compromete la validez de las razones que se sustentan. La pluralidad es condición de la democracia y garantiza el derecho de los derrotados de hoy a convertirse en los triunfadores de mañana. El Otro no es, en la democracia, enemigo irreconciliable sino tan sólo adversario legítimo, interlocutor válido. Donde no rige la democracia, la dicotomía amigo-enemigo engendra contradicciones que sólo se resuelven a través de la rebelión y la represión.