Leer entre líneas: Guerras sucias y las nóminas

Leer entre líneas: Guerras sucias y las nóminas

Los inquisidores actuales se obstinan en creer que todo rival es un enemigo. Ignoran que el único enemigo es el que habla siempre del enemigo y están volviendo locos no sólo a los fanáticos, que ya lo estaban con anterioridad, sino a la gente normal, o sea, a los que creemos serlo porque no odiamos a nadie ni tampoco sentimos un gran entusiasmo para aplaudir a los retrasados mentales que se precipitan para gobernarnos. Quizá no crean que tienen la solución, pero saben que no tienen nada que hacer que les resulte más rentable. El resultado es que nos traen locos. Ya lo dijimos aquí y luego nos dieron las estadísticas porque en muchos municipios de Tabasco han aumentado trágicamente los problemas mentales íntimamente ligados con la crisis económica. El hombre feliz puede que no tuviera ninguna camisa, pero hay muchos que han aumentado su desgracia por cambiar de camisa a cada rato, sin que le cambien de sueldo. La economía es determinante, como sabemos todos sin necesidad de leer íntegramente ‘El Capital’, del mismo modo que se puede ser machadiano sin haber leído jamás ‘Campos de Castilla’. No es del todo cierto que un loco haga ciento, por mucha capacidad de convocatoria que tenga, pero a cualquier tonto le es fácil reclutar a un centenar de congéneres de nacimiento en ciertas circunstancias políticas. Ahora abundan más que nunca las depresiones, incluso los suicidios derivados de que nadie tiene “sencillo”. Hemos llegado a un extremo en el que nadie puede ser feliz sin tener angustia vital.

NOTA BENE 2

Hay en nómina, ¡y qué nóminas! demasiados políticos, demasiados senadores y demasiados parlamentarios, algunos por escrito, ya que si les conceden la palabra no saben decir ni mú y hay que quitársela cuanto antes. Entre los políticos hay muchos que no saben hacer otra cosa para ganarse la vida. “Quien sirva al altar que viva del altar”, dijo San Pablo, pero no dijo que el sueldo fuera para enriquecerse.

Por Antonio López de la Iglesia