Nuestro país requiere aprender de los verdaderos líderes

Hemos comentado en este espacio cómo tener una política pública por el pueblo

Hemos comentado en este espacio cómo tener una política pública por el pueblo, del pueblo y para el pueblo, que no se quede en el discurso sino que sea un gobierno eficiente. Una de las claves es, después de la serie de pasos para que la administración sea transparente, EVALUAR LOS RESULTADOS, VER LOS NUEVOS PROBLEMAS y comenzar de nuevo en un estadio superior en  la COMPRENSIÓN DEL PROBLEMA. 

Este paso final es tal vez el menos considerado  en México. El Modelo Imperial es sobre todo personalista e intimida con la persona todopoderosa del gobernante. No estamos hablando de Ciro el Grande, ni siquiera de Mahatma Gandhi, Martin Luther King, o de Nelson Mandela. 

El gran Emperador Ciro trabajaba de labores de campo para comprender a sus propias fallas en políticas públicas para la agricultura, o sea para la economía de sus tiempos y además pasaba un día completo, cada cuando podía, se disfrazaba de soldado raso para poder apreciar el punto de vista de la defensa desde el otro extremo de la pirámide de comando. Jenofonte nos dice que Ciro componía su jardín, no con instrucciones imperiales como nuestros políticos, sino con manos propias. Así, se puede mejorar. 

Gandhi, King y Mandela eran casi idénticos: hacían sus ejercicios espirituales (muy detestados por muchos de nuestros “líderes políticos”) para controlar a sus propios vicios antes de tomar decisiones importantes. En cambio, diversos “líderes políticos” están exentos de controlar sus vicios, más bien están muy interesados en ampliarlos, profundizarlos y actualizarlos. Recurrían los verdaderos líderes a sus conciencias, ya bastante depuradas por ellos mismos, mediante conductas cada vez más virtuosas para guiar a sus acciones. Por eso, sus decisiones eran las más puras humanamente posibles. Eran líderes predicando a sus naciones con el ejemplo. 

Había una congruencia absoluta entre el pensar, el hablar y el actuar. Por ello, ya maduro, Gandhi hablaba sin discursos previamente preparados, inclusive sin una hoja de papel para guiar su discurso. La boca simplemente emitía lo que la mente y el corazón ya habían acordado asiduamente. No había engaño de nadie. Gandhi puntualmente informaba por carta cortésmente a los mismos ingleses de todos sus planes en detalle. ¡Imagínense el grado de la derrota moral del colonizador al recibir una carta detallando las acciones “ilegales” por seguir de los colonizados! Por ello, lograron ellos sus objetivos, en contra de grandes fuerzas organizadas para derrotarlos. Destaca su método de evaluación justa y sin titubeos, primero de uno mismo, luego de los eventos y de otras personas, y finalmente de los principios que van a determinar el éxito de la evaluación. 

El principio nunca fue subordinado al interés, ni lo primordial a lo urgente. El éxito no es producto de la ocurrencia y la improvisación, cosa que nuestro país no quiere entender, y por lo tanto las evaluaciones casi nunca se hacen o se hacen con fines de castigar a los “responsables” (no al gobernante por supuesto, ni a sus funcionarios favoritos) de los fracasos frecuentes registrados por seguir un modelo equivocado y trasnochado. El problema tiene que ser atendido sin una búsqueda afanosa de quien creó el problema, fortaleciéndose el grupo encargado de la solución del problema. 

Siguiendo a Rudyard Kipling, el asunto no es de personas, ni de eventos e instituciones, sino de ideas. El Modelo Imperial ha hundido a México, pero todo es recuperable si nuestro país pudiera contar con un poder público eficiente y a la altura de lo que requiere con políticas públicas a favor del pueblo y no del gobernante. Hay muchas maneras en las que México puede ser un país mejor gobernado mediante un federalismo a la altura de un país desarrollado. Hay también métodos para poder medir el grado de acoplamiento al Modelo Democrático o Imperial; y para poder transparentar el recurso público federal cheque por cheque y factura por factura. Esto es posible cuando estemos convencidos de las bondades de la verdadera democracia. (EL AUTOR ES DOCTORADO EN ECONOMÍA POR LA  UNIVERSIDAD DE PENNSYLVANIA, 1971. COLABORADOR DE DIARIO PRESENTE * Centro de Estudios e Investigación del Sureste AC)