Los conservadores frente al espejo
No pueden, a quienes ciega la ideología, vivir en democracia
Nada esclaviza más a los seres humanos que la rabia. Nada amenaza más a la paz que la ceguera ideológica. El dogma mata. Quien de la verdad se siente dueño termina -porque percibe a quienes no la comparten con él como enemigos- siendo capaz de cualquier atrocidad para imponer su verdad sobre los demás.
No pueden, a quienes ciega la ideología, vivir en democracia; son incapaces de tolerar la derrota. Enfermos de odio sienten que las mayorías no les vencen legítimamente en las urnas, creen que les roban, les arrebatan lo que es suyo. Desprecian y temen a quienes piensan que otro país, distinto a ese del que se pensaban dueños, también es posible.
México no aguantaba más; estábamos al borde de un estallido social. Ese país al que hoy, quienes tan ferozmente se oponen a Andrés Manuel López Obrador, idealizan, estaba, como decía Ricardo Flores Magón, al borde del sepulcro. Fueron las elecciones 2018 una bocanada de aire fresco que nos devolvió a la vida, que le dio a la paz social una última oportunidad.
Perdieron, sí. Perdieron en buena lid. Perdieron porque se lo merecían. Porque esas grandes mayorías, que no toleraban más sus abusos, su cinismo, el descaro brutal con el que saqueaban y sometían a México, tomaron una decisión libre y soberana, informada y consciente; se alzaron pacíficamente en contra de ellos y con sus votos, solo con sus votos, los echaron del poder.
Sin romper un solo vidrio, pero después de décadas de lucha y de sufrir la represión, los echaron.
Con alegría y firmeza los echaron; los echamos en realidad; no para esclavizar al país, como pregonan sus profetas, sino para liberarlo.
La gran tragedia para la oposición, para la oligarquía que sobre ella manda, para la élite intelectual y periodística que elabora sus coartadas ideológicas y las refuerza en los medios y en la red, es que no quisieron ni quieren analizar, enfrentar con sinceridad y con objetividad, la naturaleza de su derrota; aun ahora se sintieron robados.
Robados además por una masa de seres inferiores -"diminutos" diría la Santa Inquisición- incapaces de comprender el dogma neoliberal. Una masa ante la que hoy reaccionan con rabia y a la que, como suponen manipulable, pretenden engañar, influenciar, y dirigir aprovechando el enorme poder mediático que tienen.
El odio es, para ellas y ellos, una guarida segura. Harto más cómodo que la autocrítica.
Que vivimos una tiranía dicen en todos los medios, todo el tiempo sin que nadie les censure.
Que aquí no hay libertad afirman quienes pueden manifestarse en cualquier momento, en donde sea, sin que nadie les reprima.
Que no se respeta la ley, sostienen quienes a punta de amparos intentan detener la transformación del país; una transformación por la cual votaron el 53.4% de los electores.
Como un dictador pintan a un hombre que recorre el país a ras de tierra sin ese ofensivo aparato de seguridad de sus antecesores y que, como no lo hizo antes ningún otro presidente y a pesar de ser el más votado de la historia, se ha obstinado en poner, con la revocación de mandato, su propia cabeza en la picota.
Que López Obrador está destruyendo el país gritan.
A detenerlo con urgencia y a cualquier costo, aunque el país se incendie, llaman a la población; a esa misma gente que, porque los echó del poder, tanto desprecian.
A las y los votantes que, del infierno que ellos desataron en el pasado, ya no quieren saber más.
No se dan cuenta aun los conservadores, y por eso han perdido y volverán a perder este mismo año y en el 2024, que su gran enemigo no está en palacio sino ahí, en ese espejo, en el que no quieren mirarse.