Luciérnagas lectoras (I)

Primera Parte

CUANDO MÁS ESTOY entretenido en pensamientos oscuros, esos que atraen desesperanza y meten malas vibraciones, me entero de personas de luz, que se reúnen a leer, por gusto. No es casualidad. Es un llamamiento cósmico materializado en atracción de imán que logra reunir a dichos participantes en buscar y esparcir luz. Sí, como luciérnagas. De seguro en sus reuniones hay muchas risas, mucho sentimiento de pertenencia, por una parte al grupo, y por otra, a la raza humana. Y este es uno de los logros más importantes.

                            

TODO GRUPO DE AFICIONADOS a la lectura libre que se reúnan periódicamente, están haciendo -callados- por la humanidad, mucho más que otros. Mi reconocimiento, siempre. Porque no es fácil ni difícil. Pero se quitan de sus habituales encargos. Se desplazan de sus casas al lugar de reunión, lo cual genera gasto y utilización de tiempo. Este, que bien pueden dedicar a actividades más redituables, más rentables, por decirlo así. O simplemente descansar. Pero no. Ellos, ellas, insisten en reunirse. Y cada vez que escuchan la obra leída, crecen, en lo interno. Y en conjunto crece la humanidad.

NO ES EXAGERADA la expresión que dice: "cuando un hombre muere, muere una parte de la humanidad, porque con esa persona se va una parte de historia, de imágenes, de recuerdos". Por eso lo contrario: cuando una persona ríe y aprende, es la humanidad que crece un poco más, cada vez un poco más.

A VECES CREE UNO que son pocos y no, son muchos, en muchas partes. Solo que al no saberlo, nos quedamos con la idea equivocada que son pocos y demasiado pocos. Se reúnen en el llano, en la loma, en el bosque, en la explanada, en la falda de montaña, en las grandes y medianas ciudades, en el poblado, el ejido, la periferia, centro, en el margen. A veces con comodidad de casa y amplios jardines. A veces en bibliotecas grandes o pequeñas. Bajo un árbol. Y a veces en un centro cultural o cafetería sin o con wifi. No importa el lugar, sino hacerlo. Y no con presión. Sino con la seguridad que se está logrando un sueño que comprende paz, amistad, amor, solidaridad y el afán de ser mejores, no personas mejores que otras, porque no es competencia, sino mejores en sí mismos.

YO LO VIVÍ en mi adolescencia. Cuando a los 16-17 años nos reuníamos Cuco, Caro, Joel, Bogar, Rivas, Eligio, Rogelio y otros tres o cuatro más, y bajo un árbol frondoso de jardín amplio, nos pasábamos dos o tres horas escuchando con atención la lectura en voz alta de alguno de nosotros, para luego exponer breve sobre lo que habíamos aprendido en el capítulo leído. Era generalmente los sábados por la tarde, hiciera frío o calor. El anfitrión sacaba una jarra de agua simple, y cuando estábamos de fiesta era agua limonada. Y muy de vez en cuando café con pan. Dos libros leídos recuerdo bien: el "Principios elementales de Filosofía", de George Politzer y "La madre", de Máximo Gorki.

¿QUE NO VOLVERÁN esos años? En uno mismo, no. Andamos en otros años. Pero somos consecuencia de esos púberes lectores. Y en estos tiempos sigue habiendo grupos de muchachos y adultos lectores. Y no solamente en esta actividad, sino también en otro tipo de talleres o clubes, sea literarios, de pintura, fotografía, cineclub, etc. Y hay grupos que practican algún deporte. Y asimismo hay clubs de charla y escucha, que se reúnen en cafés, tallereando los arreglos del mundo. Los he visto, afables, amables, lunáticos y propositivos. Ayer mismo me senté en mesa vecina de un grupo de tres que hablaban sobre el peso mexicano fuerte y lo que significa, la inflación galopante y las razones y sinrazones de la pobreza extrema. Seguimos…