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La marcha ciudadana del domingo pasado, en defensa del INE

La marcha ciudadana del domingo pasado, en defensa del INE, fue una expresión sonora de una sociedad plural, diversa, multicultural que, al oponerse a las reformas que se proyectan desde el poder al sistema electoral, lanzó varios reclamos.  En primer lugar, demandó mantener una estructura que ha hecho posible la convivencia política en medio de las diferencias, la diversidad y las contradicciones. En segundo lugar, el derecho a disentir e imaginar escenarios políticos y sociales que no coincidan con los que se diseñan desde el poder.  En tercero, reconocimiento y respeto a su larga trayectoria de luchas por adquirir plena autonomía y no estar pensada y organizada desde el poder, sino desde sus múltiples, diversos y conflictivos intereses.  Finalmente, la necesidad de que el poder deje su cerrazón ideológica y preste oídos a las muchas voces y los muchos discursos que conforman el entramado social mexicano.  

El discurso de José Woldenberg no pudo ser más claro.  En su emotivo mensaje, el primer presidente del IFE, hizo ver que el instituto es producto de la preocupación de los mexicanos por dejar atrás a un régimen autoritario, de un solo partido, sometido a la voluntad del presidente.  Hizo énfasis, una y otra vez, en que el sistema electoral ha hecho posible, en los últimos veinticinco años, que el México plural y diverso se haya manifestado en favor, y haya llevado a las diferentes instancias del poder, a los proyectos y candidatos que les han parecido los más convenientes en cada uno de los momentos electorales.  Inadmisible, dijo, volver al pasado, volver a los tiempos en los que los procesos electorales estuvieron controlados por el aparato estatal.  

Una respuesta elegante, democrática, habría reconocido el derecho tanto a la libre expresión como a la diversidad social, cultural y política del país.  Habría dejado ver que las voces habían sido escuchadas y que correspondería al poder legislativo hacerles eco o no.  Pero no, el presidente no pudo romper con su habitual guion y calificó a la demostración ciudadana de “streep tease” ideológico.  No se contuvo. Agredió de nueva cuenta. Ofendió.  Frente a los argumentos de Woldenberg, las descalificaciones presidenciales.  Un discurso, el de Woldenberg, surgió —e hizo referencia—a una realidad diversa, integrada por grupos diferentes, opuestos, algunos complementarios, otros antípodas. El otro, el del presidente, se construyó desde la creencia de la existencia de una sociedad dicotómica, una sociedad en la que los “buenos” tienen los derechos que a los “malos” se les debe negar.  Por si fuera poco, anunció una marcha en su apoyo.  Su respuesta es mostrar músculo. Jugar a las vencidas.  Movida que muestra cerrazón y nula empatía.  

Hemos llegado a un punto en el que la interacción social se ha tornado, ya, altamente peligrosa.  Antes, los canales de comunicación entre sociedad y sistema político eran pocos, débiles y estaban contaminados.  Ahora, han dejado de existir.  El poder político, léase, el presidente, sólo se escucha a sí mismo.  Desde antes de asumir el poder definió lo que habrían de ser sus prioridades y no ha dado marcha atrás.  La mayoría de las voces sociales han dejado de ser escuchadas; sólo se presta atención a aquellas que hace eco del discurso presidencial.  No puede ser de otra manera. El proyecto presidencial busca, a toda costa, reabsorber a esa sociedad civil que desde hace más de seis décadas ha buscado independizarse y plantear sus propias agendas.  La marcha del domingo lo expresó de manera por demás clara.  El ideal presidencial es fortalecer la capacidad estatal de moldear, organizar y conducir a los grupos sociales, tal como ocurrió en el período posrevolucionario.  Pero si en aquella época el proyecto se facilitó porque los grupos más o menos organizados de la sociedad civil que en esos tiempos tenían vida eran pocos y sus demandas no eran muchas ni muy complejas.  Reorganizar, hoy, a una sociedad civil fuerte, crítica, con múltiples y claras identidades, requerirá ejercer la fuerza.  Estamos en peligro. 

Tan se han cerrado los canales de comunicación, que inevitablemente individuos y grupos han caído en la provocación y responden al discurso grosero del poder con similar bajeza.  En estos días ha estado circulando viralmente un video de un ciudadano que dice ser regiomontano y vivir en Monterrey y que, a lo largo de cinco minutos, reta a golpes al presidente y lo llena de insultos a él y a sus familiares recurriendo a un lenguaje y a unas expresiones por lo demás lamentables, inaceptables y reprobables.  En tiempos de polarización, como la que vivimos, el enfrentamiento descalificador y basado en insultos no conduce a otra cosa que no sea divisiones más profundas.  Seguramente el presidente verá y escuchará el reto.  Y muy probablemente lo empleará para afirmar que tiene razón: quienes se le oponen son clasistas, racistas, irracionales.  Nada más grave.  Discursos tan lamentables como el de este ciudadano no hacen sino alentar al poder a actuar con mayor beligerancia pues, en tanto poder, siente que no puede ser objeto de faltas de respeto.  

La sociedad civil debe continuar reclamando sus derechos con discursos que surjan desde y reconozcan las diferencias, así como el carácter temporal y efímero, modificable por lo demás, de cada proyecto político.  Vivimos tiempos peligrosos.