Mexicanos armados

Mexicanos armados

E stados Unidos padece la enfermedad de armamentismo civil más acusada del mundo desarrollado. Hay en manos de civiles en ese país  265 millones de armas, casi una por habitante. Japón tiene menos de un arma por cada 100 habitantes (http://bit.ly/2cSVNN4).

La cifra que conozco de México es la citada en un estudio turbador de tres académicos de la Universidad de Guadalajara: Guillermo Julián González Pérez, María Guadalupe Vega-López y María Elena Flores-Villavicencio.

El estudio se titula: “El incremento de la mortalidad por armas de fuego y su relación con el estancamiento de la esperanza de vida en México”.

Se cita ahí la cifra de un estudio de la OEA, según el cual en 2007 había en México 15 millones de armas de fuego, de las cuales solo 2.5 millones estaban registradas.

Podemos presumir que el número de armas de fuego ha crecido en los últimos diez años tanto como el número de muertos, y que la totalidad de esas armas gotean a chorros del mercado legal de armas de Estados Unidos.

Si recuerdo bien, en algún momento de su gobierno el presidente Calderón refirió la existencia de 8 mil armerías en la franja  fronteriza de aquel lado.

Subrayó entonces que los esfuerzos mexicanos para cortar el flujo de drogas hacia el norte no eran compensados en absoluto por un esfuerzo estadunidense equivalente para evitar el paso de armas hacia el sur.

Los criminales mexicanos están armados hasta los dientes con armas ilegales que vienen del mercado legal estadunidense.

En la última década, ese flujo de armas ha tenido consecuencias fatales no solo para la seguridad y la paz mexicanas, sino también para su demografía. Ha producido el efecto de una guerra en la franja poblacional de hombres jóvenes.

De esta realidad terrible habla con rigor estadístico el estudio de los académicos citados de la Universidad de Guadalajara.

Su diagnóstico, que glosaré mañana en este espacio, merece la más cuidadosa atención pública. Es el dibujo de una catástrofe demográfica silenciosa en medio del escándalo, anestesiado por la repetición, de la violencia que nos aqueja.