Mexicanos insolidarios

Mexicanos insolidarios

Un crudo retrato numérico ha hecho Leo Zuckermann del valor de la solidaridad mexicana, a propósito de cuánto dinero han puesto, respectivamente, la sociedad y el gobierno, para la reconstrucción de los estragos causados por los sismos de septiembre.

El presidente Peña calcula que 48 mil millones le costará al gobierno la reconstrucción. Solo de 4 mil millones ha sido hasta ahora la aportación privada, de la cual más de la mitad corresponde al esquema promovido por Carlos Slim, cuya fundación ofreció dar 5 pesos por cada 1 de donación que recibiera.

Hechas todas las cuentas, y repartido todo entre todos, el hecho es que cada mexicano habría puesto, dice Zuckermann, solo 31 pesitos en auxilio solidario para los daños del sismo sufridos por sus compatriotas.

La celebrada y emocionante solidaridad que vimos en las calles en los días posteriores a los sismos no tocó el bolsillo de los mexicanos, salvo en las proporciones y con las salvedades mencionadas.

Quizá la de Zuckermann no es una vara muy científica para medir o es muy coyuntural. Habría que ver lo sucedido en otras sociedades ante emergencias catastróficas; por ejemplo, la sociedad estadunidense frente a la devastación de Puerto Rico. Quizá no saldríamos tan mal librados.

Zuckermann mismo cuestiona su vara de medir y le da una vuelta de tuerca solidaria. Descontemos, dice, de la obligación moral de aportar dinero para la emergencia a quienes no lo tienen. Zuckermann descuenta entonces a 54 por ciento de los hogares, que se consideran pobres, para quedarse solo con los 14.5 millones de hogares de, digamos, clase media y ricos.

El valor por hogar de la solidaridad mexicana frente a los sismos subiría entonces, en las cuentas de Zuckermann, de 31 a en 276 pesitos.

“Tomando en cuenta que el ingreso de estos hogares es de aproximadamente 380 mil pesos al año”, sigue Zuckermann, “pues los $276 pesos representan 0.07% de estos ingresos. Nada” (http://bit.ly/2iPhnmK).

La sociedad mexicana es mucho menos solidaria de lo que se siente. Este perfil de baja solidaridad y aguda desconfianza hacia los demás ha sido sido medido en distintos estudios de valores, y queda manifiesto en el desinterés colectivo por el más antiguo y persistente

de nuestros males, ése que Rolando Cordera llama nuestra “perenne desigualdad”.