Agenda Ciudadana

Otis y Polarización: Los Daños

Nunca antes una tragedia como la que vivió la población guerrerense en días pasados—especialmente la acapulqueña—suscitó en medios, en redes, y en grupos de personas debates polarizados como los que se han visto ahora, acerca del huracán Otis.  Los fenómenos naturales de magnitudes catastróficas han promovido en México actitudes y conductas de empatía y apoyo incondicionales, desde que el terremoto de 1985 causó una desgracia mayúscula en la capital del país.  Esta vez, esa solidaridad se ha visto desvirtuada por los enfrentamientos de una sociedad que ya ha quedado marcada por la polarización promovida desde el poder. 

El tamaño de esta desgracia deberá movernos a repensar nuestras carencias en términos de instituciones y cultura de prevención de catástrofes.  Es urgente.  Habrá que reconocer, sin embargo, que aun cuando incipiente y débil, en los últimos diez años se había desarrollado una estructura de reacción ante los desastres.  Pero Otis deja una lección: México, por su historia de desastres y por su ubicación geográfica y tamaño deberá diseñar estrategias de protección más pronto que tarde. 

La fuerza destructora de Otis puso en claro que esa institucionalidad incipiente y débil resulta disfuncional cuando quien ocupa la presidencia no se asume como Jefe de Estado, sino como líder de camarillas.  El presidente no se ha comportado a la altura de un Jefe de Estado.  López Obrador debió haberse dirigido al país, en cadena nacional, en las primeras horas del miércoles para, en primer lugar, solidarizarse con los miles de víctimas, la población guerrerense y las empresas afectadas y anunciar un programa de atención a y recuperación de la zona de corto, mediano y largo plazos. No lo hizo porque resulta que gobernar sí tiene ciencia.  Desarrollar un programa de recuperación requiere, en primer lugar, reconocerse presidente de todos los mexicanos.  López Obrador sólo lo hizo el día que rindió protesta; a partir de ese día, ha empleado un discurso segregador. Requiere, además, tener visión, ser estadista.  López Obrador no lo es.  Es un político solamente interesado en tener y conservar poder.  Exige, además, contar con funcionarios expertos en las diferentes materias involucradas en un plan de recuperación.  No los de tiene.  Está rodeado de personas que, mayoritariamente, carecen de las calificaciones pertinentes porque necesita que lo elogien y obedezcan permanentemente.  Si en su entorno se multiplicaran profesionales y gente con experiencia, inevitablemente tendría que enfrentar el hecho de que la realidad que ha elaborado discursivamente no es sino una quimera.  

Debió, además, montar una estrategia de comunicación que facilitara que fluyera la solidaridad mexicana hacia Guerrero.  Por el contrario, eludió el problema en su mañanera alegando desinformación. ¿Un presidente desinformado? ¿No presumió al día siguiente—acción por demás reprobable—ser el segundo presidente más popular del mundo? ¿Un presidente tan popular no sabe lo que ocurre en su territorio? Decidió emprender un—imposible—viaje terrestre y quedó exhibido. ¡Benditas redes sociales! De inmediato circularon videos mostrando a Felipe Calderón—su archienemigo—y Peña Nieto, asistiendo a zonas de desastres en mangas de camisa y con el agua hasta las rodillas, acercándose a las víctimas.  Un Estado con institucionalidad débil y disfuncional se vuelve caótico cuando quien lo preside no solamente no está consciente de su rol, sino que carece de empatía y se asume como personaje histórico y, por ende, el centro permanente de atención.  Y violó, una vez más la Constitución al prohibir el ingreso a la zona de desastre de la ayuda de las asociaciones civiles.   

Las críticas arreciaron, consecuentemente.   Decidió, por tanto, defenderse.  Lo hizo reproduciendo su eterna estrategia comunicativa: se convirtió él en el centro del debate y para soslayar problemas.  La estrategia funcionó: los desprecios al presidente en las redes se multiplicaron, así como las defensas.  La sociedad civil cayó en el garlito: elevó su manifestación de ira, multiplicó sus descalificaciones al presidente.  Consciente o inconscientemente, el presidente consiguió subir de tono la polarización. 

La sociedad civil quedó, así, también exhibida.  No ha sido capaz de evitar las provocaciones.  Otis le vino al presidente, al igual que el Covid, como anillo al dedo.  La oposición se desgañita en descalificarlo y sus defensores lo arropan como nunca.  Sabrá conectar este escenario con el previo: los "excesos" del Poder Judicial desaparecidos de la mano de los fideicomisos. 

Los daños causados por Otis son catastróficos como los provocados por la polarización.  En las elecciones del próximo año se enfrentarán los "buenos" contra los "malos", defensores de privilegios y agresores del "mejor presidente" que haya tenido México.