OPINIÓN

DÍA CON DÍA

México: neoestado y neoliberalismo
02/02/2022

La historia de esos dos Estados empieza en la decisión

Podría pensarse que la concentración del poder que intenta el actual Presidente de México es también un intento de fortalecer al Estado.

Y que fortalecer al Presidente es una forma de fortalecer al Estado y de combatir al neoliberalismo.

Claudio Lomnitz ha dibujado en un ensayo, por el contrario, la profunda continuidad que hay entre el Estado mexicano entregado al “neoliberalismo” desde fines del siglo pasado y el Estado del gobierno actual que dice ser todo lo opuesto.

La continuidad de ambos Estados consiste, según Lomnitz, en que los dos han sido incapaces de asumir sus tareas fundamentales: hacer cumplir la ley y administrar la cosa pública.

Han creado un espacio contrahecho y contradictorio, donde el Estado es el culpable de todo y el responsable de nada, a resultas de lo cual los diferentes gobiernos han ido renunciando, paso a paso, a sus facultades y responsabilidades, para entregarse, paso a paso, a un proceso de militarización que gana terreno cada día sobre la retícula ineficiente del gobierno civil.

Los dos grandes momentos de continuidad en la militarización del Estado, nos dice Lomnitz, son la guerra contra las drogas del gobierno de Felipe Calderón y la transferencia de responsabilidades civiles al estamento militar durante el gobierno de López Obrador.

La historia de esos dos Estados empieza en la decisión, diremos neoliberal, de crear dentro de México una ínsula de derechos efectivos y de cadenas económicas modernas, donde pudiera asentarse el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

La apuesta fue que esa ínsula de derechos efectivos y esa cadena de alta productividad ganarían terreno sobre el mar de la extorsión y la improductividad en que estaba, comparativamente, el resto del país…

Pero esto no sucedió, no podía suceder si el Estado no hacía también su parte y modernizaba su Poder Judicial, su sistema de procuración de justicia y sus policías. No lo hizo.

Resultado: el mar de la extorsión sitió la ínsula de los derechos y de la productividad, y volvió al Estado un ente más débil aún, disfuncional para la sociedad y para sí mismo, incapaz de imaginar otra gobernabilidad que la de militarizarse




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