Miedo, histeria e impacto en la pandemia

Miedo, histeria e impacto en la pandemia

La comunicación se convierte en un medio específico de acción contra la epidemia como lo ha manifestado múltiples ocasiones el Dr. Hugo López Gatell en México. La deliberación sobre el tema, las maneras de recibirlo, interpretarlo y reaccionar (como ya lo anunciaba Ulrich Beck en la Sociedad del Riesgo) se vuelve un elemento crítico del desarrollo de la situación.

En los estamentos aspiracionales urbanos, dependientes de la economía privada o de la aristocracia del presupuesto público, este individualismo supone sujetos absolutos de derechos de atención sin sacrificios o esfuerzos compensatorios -como establecerían por ejemplo, las ideas de “economía moral” (concepto de E. P. Thompson, pero que explican y complementan antropólogos como Marshall Sahlins y Maurice Godelier,  economistas como Karl Polanyi  y que desarrollan como propuesta autores como Iván Ilich, E.F. Shumacher y Max Neef entre otros) de las sociedades tradicionales o incluso la ideología contractualista de la primera modernidad. 

Aquí campea una noción particular de democracia que define al Estado como servicio personal de los individuos de estos sectores. Es lo que se esconde detrás del enunciado simplificador de que los políticos son nuestros empleados. Y que lleva a actitudes ingenuas como el creer que un funcionario cumple su deber dedicando 8 horas diarias a informar, descuidando todas las labores de gestión que debe implicar en realidad cualquier puesto político administrativo. Situación ambigua, que además se presta también a la posibilidad de manipulación por parte del funcionario: el mismo público que sólo lo juzga en función de lo que dice (y no por sus resultados) termina preso de una desconfianza y confusión mayor, como se ha demostrado con el fenómeno de lo que se llamó Foxilandia, o la actual situación de “las mañaneras”, y el impacto de las conferencias de prensa de Trump en Estados Unidos. Finalmente, lo único que le cuenta a quienes tienen estas ideas es la sensación de jerarquización y sometimiento y no la eficacia y consecuencias de las actividades del funcionario.

La mencionada diferencialidad de reacciones se ha manifestado de maneras muy interesantes en la actual pandemia, considerando además, que se trata de una plaga “débil” o “light” (tal vez para estar a tono con la posmodernidad). Es una plaga que no mata a todos y no de inmediato. Y que en la mayor parte de los casos es asintomática.

Esta vez la discriminación de una población objetivo, no la imponen, como antes, las reacciones sociales de contención, sino las características de la enfermedad, que tiene impactos más graves sobre personas mayores con comorbilidades. Además, el factor diferencial de letalidad no es el propio virus sino condiciones que de alguna manera se han naturalizado como resultado de las formas de vida de la sociedad moderna (diabetes, hipertensión, inmunodepresión), incluso dentro del esquema de “avance civilizatorio” de lo que se llamó la transición inmunológica (preponderancia de enfermedades metabólicas sobre las infecciosas). Lo que, inclusive se acostumbraba a calificar como un indicador positivo al llamarlas “enfermedades del desarrollo”. Es, entonces, de manera casi increíble, el virus perfecto para evidenciar la diversidad y complejidad de efectos negativos sobre el cuerpo individual humano de nuestra particular forma de vida.

LOS PATRONES CUTURALES

Además, la pandemia ha venido a develar el desmantelamiento de los servicios públicos colectivos de salud a favor de los sistemas privados individualizados de atención. Expone también, como se ve en Nueva York, donde la mayoría de muertos son afroamericanos y mexicanos, las diferencialidades en acceso a servicios de salud. Y finalmente también la crisis del modelo que Sheldon Watts dice adjudicado a Robert Koch (1997, 363), de una medicina centralizada en la tecnología, la cirugía y la hospitalización, por no hablar de la farmacodependencia y la financiarización detrás del modelo de gestión mediante seguros (Michael Moore hace una excelente explicación del modelo en su película Sicko). 

Habíamos olvidado que las epidemias son el más eficaz y duro dispositivo disciplinario de la especie, que son ellas quienes están detrás de las grandes diferencias culturales. Por ejemplo, Fernand Braudel nos muestra el papel de la gran peste en las diferencias del consumo de carnes y cereales en Europa contra el vegetarianismo oriental. Y están detrás de muchos de lo que Norbert Elías describe como procesos civilizatorios, que se traducen en los que llamamos comúnmente costumbres y tradiciones: que pueblos o grupos saludan de mano, quienes abrazan, porque se usaban guantes, velos, gorgueras, etc.; incluso de porque consideramos más afectivas o por el contrario, “desapegadas”, a diferentes sociedades.  Las diferencias de experiencias, reacciones y adaptaciones a las pestes se convirtieron en patrones culturales que ahora aparecen como la base desde la cual las distintas sociedades o grupos, afrontan la nueva crisis. Y, por ejemplo, estas diferencialidades se manifiestan donde menos se podría esperar: en las discusiones de la Unión Europea sobre el financiamiento de los gastos de la epidemia en donde Portugal, España, Francia e Italia se confrontaron contra Bélgica, Holanda, Alemania y Finlandia sobre subsidiar solidariamente los costos de la atención a contagiados o si cada país debía asumirlos por su cuenta. La discusión se convirtió inmediatamente en la de las distintas actitudes respecto al papel, importancia y afectividad, en cada sociedad, sobre la población en riesgo: los adultos mayores.

En nuestro propio país las diferencialidades de reacción, están evidenciando el problema constitutivo del origen colonial, que no hemos podido resolver a pesar de haber sido un objetivo de los gobiernos revolucionarios; y que, por el contrario, se reafirmó con las políticas de los últimos cuarenta años: la desigualdad que escinde a la sociedad. En términos económicos, el actual presidente habla de un 70% de la sociedad como marginada de la economía formal moderna que, para el caso actual, se traduce en vivir al día con los ingresos y sin apoyos formales de la economía privada o institucional; pero que también significa una escisión cultural entre la sociedad escolarizada-mediatizada y el resto. Esto se traduce en una reacción individualista histerizada sobredemandante del sector mediatizado y aspiracional, que por otra parte tiene los medios para aislarse y cuidarse. Frente a otro sector que reasume sus condicionantes tradicionalistas tanto de escepticismo frente a los discursos y actos institucionales y mediáticos, llegando a creer que la epidemia es una falacia, o regresan a la vieja ideología mexicana del azar y la fatalidad con reacciones irracionales y violentas como las agresiones a personal de salud y de sanitización; o, en el mejor de los casos, a recurrir a la solidaridad y organización comunitaria. 

Estas diferenciadas reacciones de los segmentos de la sociedad con relación a su manera de procesar el miedo y dejarse conducir por la histeria, finalmente, generan un campo mediático en donde se dan las condiciones para librar no sólo la “batalla” contra el virus (coordinar e informar las necesarias acciones colectivas y acciones individuales para contener o sobrellevar los inevitables contagios y mantener una baja tasa de atención médica y mortalidad), sino también la posibilidad de darle sentidos políticamente utilitarios a la propia epidemia, apoyando u obstaculizando la resistencia a la misma.