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La patria que soñamos


Soberana, laica, justa, igualitaria, digna, libre y democrática, así es la patria que soñamos y por la que luchamos millones de mexicanas y mexicanos. Lo que hoy logramos pacíficamente, la forma en que hemos comenzado a construir ese país que soñamos, con votos y en las urnas, tenía que conseguirse en el pasado con las armas.

Solo con ellas en la mano se conquistó primero la Independencia y se logró después separar a la Iglesia del Estado y acabar con un nuevo intento de sometimiento imperial. Mucha sangre costó, ya en el siglo XX, abrirle paso, a balazos, a los sueños de libertad y justicia social.

Lo que un puñado de valientes conquistó en la Independencia, la Reforma y la Revolución hoy lo logramos, sin disparar un tiro, millones de mujeres y hombres valientes, conscientes y convencidos de que tenemos el deber histórico e ineludible de transformar a México pacífica y democráticamente y de que esto ha de hacerse, además, en libertad.

Somos protagonistas de una gesta histórica que no tiene precedentes. Logramos que se viniera abajo un régimen criminal, extraordinariamente sofisticado y robusto en el que, por décadas, gobernantes y capos del crimen organizado fueron solo dos caras de la misma moneda. Un régimen en el que la corrupción era la única ley, la impunidad una forma de vida y en el que campeaban la simulación y la mentira.

A todo el poder del dinero, de los medios, de la Iglesia, de las potencias extranjeras tuvimos que enfrentarnos: la lucha fue larga, muchas y muchos pagaron con sus vidas la osadía de atreverse a ser libres. Muchas y muchos sufrieron tortura, persecución, censura. A otros los destruyeron los medios. Finalmente se conquistó la victoria en el 2018 y volveremos a vencer este mismo año.

A diferencia de otros movimientos revolucionarios —y esta, es preciso decirlo con todas sus letras, es una revolución— aquí, quienes estamos por la transformación, a la inversa de nuestros adversarios que están empeñados en volver al pasado, no nos aferramos al poder, no hacemos trampas, nos jugamos limpiamente la vida en las urnas.

Mientras que en otros países la izquierda hecha gobierno restringe o acota —para sobrevivir— derechos y libertades a sus adversarios, aquí los opositores hacen lo que les viene en gana. Aquí, a diferencia de otros procesos, la ley no se cambia para perpetuarse en el poder, al contrario, con la Revocación de Mandato se garantiza el derecho del pueblo a poner y a quitar a quienes gobiernan antes, incluso, de que terminen su mandato.

Única en la historia es esta revolución que, aunque vive bajo asedio permanente de los poderes fácticos, no se aprovecha del enorme respaldo popular con el que cuenta para dar golpes de mano autoritarios como sí lo hacían el PAN y el PRI cuando eran gobierno.

Única en la historia es esta revolución que se apega estrictamente a las reglas de la democracia y cuya continuidad no depende de la fuerza de las masas sublevadas sino de la voluntad soberana y consciente de la gente y de su voto libre y secreto.

Única en la historia es esta revolución que apuesta, además, a la fuerza de la ley, a la razón, al debate parlamentario para profundizar sus conquistas.

Nunca imaginé vivir este momento estelar —que diría Stefan Zweig— de la historia de la humanidad y de mi patria. Nos creí siempre condenados a que, como dice Karl Marx, fuera la violencia la partera de la historia. Qué extraño e inédito privilegio, qué honor ser parte de este proceso revolucionario que se produce en paz y en libertad y acompañar en su lucha a López Obrador y a Claudia Sheinbaum.


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