‘Mr. Jones’ y el oro de Stalin

Mr. Jones, la historia del periodista británico que descubrió cómo se financiaba el espectacular crecimiento de la Unión Soviética en los 1930s del siglo pasado

La mejor película que he visto en el confinamiento es Mr. Jones, la historia del periodista británico que descubrió cómo se financiaba el espectacular crecimiento de la Unión Soviética en los 1930s del siglo pasado.

En algún momento de la película oímos en la radio una voz en ruso, probablemente la voz de Stalin: “No teníamos una industria acerera, ahora tenemos una industria acerera. No teníamos una industria de tanques, ahora tenemos una industria de tanques. No teníamos una industria de aviones, ahora tenemos una industria de aviones”.

La Rusia soviética saltaba a la modernidad industrial a un ritmo frenético, construyendo en años lo que Inglaterra en décadas. Era la prueba viviente de que el comunismo podía crear una sociedad mejor, más productiva y más justa que el capitalismo, laminado en esos días por la depresión de 1929.

Inglaterra tenía jugosos contratos de ingeniería con la naciente nación de Stalin. Estados Unidos se aprestaba a entrar al negocio y a reconocer diplomáticamente al régimen soviético. El jefe de la oficina de The New York Times en Moscú, Walter Duranty, había ganado el Premio Pulitzer con sus reportajes sobre el milagro soviético, del cual era vocero impenitente.

El ascenso de Hitler inducía a ver en Stalin al posible aliado futuro, necesario. Eric Blair, a quien el mundo conocería como George Orwell, creía todavía en esos años que en la URSS estaba cambiando el destino de la humanidad.

Gareth Jones, un joven periodista irlandés, asesor del primer ministro Lloyd George, se hizo en esos días la pregunta correcta: ¿cómo se financiaba la industrialización soviética?

Jones viajó a Moscú y descubrió que todos los corresponsales sabían la respuesta, pero no la investigaban ni la difundían. Walter Duranty se la resumió en una frase: “El grano es el oro de Stalin”. El grano era Ucrania, la Ucrania agrícola, donde Stalin había iniciado una salvaje colectivización, arrasando a los pequeños propietarios, los kulaks, y confiscando cosechas que valían oro en el mercado de la escasez mundial.

El oro salía de la hambruna impuesta por Stalin a Ucrania y a los otros graneros de Rusia. La hambruna costó 7 millones de muertos, cinco de ellos en Ucrania.