Náufragos de la globalización

“En griego antiguo la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, son el mismo término: xénos”.?George Steiner

En la historia reciente ha aumentado el número de casos trágicos contra migrantes latinoamericanos que viajan hacia Estados Unidos. Se estima que en poco menos de una década alrededor de 6 mil 500 han encontrado la muerte en su trayecto. Parece que se ha vuelto un cuento de nunca acabar.

Solamente a manera de ejemplo rescato algunos de los acontecimientos más sonados de la larga lista que existe: el 2 de marzo de 2021 murieron 13 migrantes y otros tantos resultaron heridos cuando la camioneta en que viajaban se estrelló contra un camión cargado de grava y arena, cerca de la frontera con México, en California; el 9 de diciembre de 2021 se registró la muerte de 56 migrantes, entre ellos varios menores de edad, tras volcarse un camión cerca de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; el 27 de junio de 2022 perdieron la vida al menos 50 “indocumentados” dentro de un camión con remolque que había sido abandonado al borde de la carretera, en las afueras de San Antonio, Texas; y apenas la noche del lunes 27 de marzo fallecieron 39 personas a causa de un incendio en la estación migratoria provisional de Ciudad Juárez, Chihuahua.

Aunque las causas inmediatas de estas tragedias han sido diferentes, en todas aparece un común denominador: la falta de acompañamiento y de seguridad para garantizar sus derechos, al atravesar por lugares donde hay flagrantes violaciones a las leyes. De más está decir que por factores económicos y sociales abandonan sus pueblos en busca de mejor calidad de vida.

Los romanos distinguían dos formas de barbarie: una dura, la “ferocitas”, encarnada por los pueblos destructores; y una blanda, la “vanitas”, que es la barbarie de la debilidad, de la decadencia moral, del agravio sutil y prolongado. Este último es el tipo de atrocidad que padecen los migrantes. Ellos no solo enfrentan el drama de la pobreza y la falta de oportunidades laborales en sus países, sino también los espinosos periplos para lograr sus aspiraciones (que no sueños) de mejores condiciones de vida.

No son humillaciones o ultrajes propios de nuestro tiempo. Muchas culturas antiguas ya los ejercían. Los atenienses, por ejemplo, hicieron alarde de su poderío político y militar en buena medida por la mano de obra de los refugiados. Pero los extranjeros o migrantes, como suele también ocurrir en nuestros días, no siempre recibieron un lugar y trato dignos, aun cuando fueron vitales para superar el oscurantismo cultural, la pobreza y la violencia.

Correspondió a Platón dar cuenta de la enfermiza ansiedad que los ciudadanos mostraban hacia cualquier extranjero, razón por la que el migrante estaba condenado a reubicarse en los perímetros de la ciudad o en aquellos espacios de refugio localizados afuera de la cancha política. La invisibilidad caía sobre las espaldas de los asilados, obligados a sobrevivir, pese a sus contribuciones para edificar la grandeza de Atenas.

Mire usted que muchos gobiernos del mundo tienen una doble cara en el complicado trato de este tema: se muestran humanistas por un lado y hostiles por el otro. Son como Jano, el dios mitológico de la antigua Roma, un ser caracterizado por sus dos caras contrapuestas. Dicen proteger a los migrantes e impulsan leyes que buscan salvaguardar sus derechos humanos, pero en la práctica los condenan a un trato de exclusión, explotación y violencia, acentuando sus condiciones de vulnerabilidad.

Mientras los “náufragos de la globalización” continúen a la deriva y las políticas migratorias de los países del orbe no enfaticen —en los hechos más que en las palabras— un genuino respeto a la dignidad humana, seguirán vigentes aquellas expresiones con las que Eduardo Galeano describió el destino de esa multitud creciente de desplazados:

“En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible. Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente. Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados… Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar”.

RAJA POLÍTICA

A la inmoral y reprobable actitud que mostraron los responsables del albergue de Ciudad Juárez, quienes abandonaron a su fatídica suerte a las víctimas, se suma la inmoral conducta de algunos legisladores y líderes de oposición que, en el afán de sacar “raja política” de la tragedia, culpan sin recato a sus adversarios para ganar visibilidad. Sin duda, la culpa sigue siendo uno de los recursos más explotados para la manipulación.