No es el INE, es la Democracia

Organizaciones civiles y ciudadanos han convocado, para este domingo, una nueva marcha para demostrar al presidente y su partido que es fuerte el repudio a la reforma electoral que han aprobado y que, de consumarse

Organizaciones civiles y ciudadanos han convocado, para este domingo, una nueva marcha para demostrar al presidente y su partido que es fuerte el repudio a la reforma electoral que han aprobado y que, de consumarse, terminaría por minimizar al INE como institución y debilitar una de las áreas de la vida política nacional que no sólo es sólida y poderosa, sino que también es ejemplo en el mundo: la democracia electoral.  El presidente ha querido presentar la reforma como un esfuerzo para contener la corrupción y el despilfarro de recursos.  Nadie cree esto, salvo él y sus seguidores, no sólo porque todas sus decisiones han estado fundamentadas es un argumento que es débil a base de repetirse y de no mostrar resultados que confirmen sus supuestas buenas intenciones, sino porque guarda más relación con las acciones que ha emprendido para debilitar la división de poderes y empoderar al Ejecutivo y a su persona.  Con estas protestas, mexicanas y mexicanos estamos defendiendo no sólo al instituto, sino a la democracia.

No hay duda: cuando se ataca al INE, no sólo se está agrediendo a la institución encargada de llevar a buen puerto las elecciones, sino a todos los ciudadanos que durante muchos años sostuvieron una muy larga lucha por frenar el abuso de poder y por establecer mecanismos confiables para decidir quién gobierna. 

Gracias al INE: a) los mexicanos dejamos de entender a las elecciones como un ritual sin sentido y nos hemos tomado en serio los procesos electorales. Dada la larga historia de fraudes y simulaciones, haber conseguido esa confianza en un período relativamente corto no es un logro insignificante; b) tenemos ya en México una institución cuya fuerza y confiabilidad se ha construido sobre la base de un servicio profesional de carrera.  Es ejemplo que las instituciones gubernamentales deberían seguir; de ser así, contaríamos con frenos serios a corrupción y discrecionalidad; c) cientos de miles de mexicanos han participado en los procesos electorales y se han comprometido a que prevalezca la voluntad popular y no la de los gobernantes. 

En defensa del INE, reproduzco argumentos del actual presidente del INE, Lorenzo Córdova, de Sergio García Ramírez, profesor universitario y connotado intelectual mexicano, así como de José Woldenberg, primer presidente del instituto.

Córdova, que en poco más de un mes dejará la presidencia del instituto, dijo hace unos días en una entrevista concedida a Nicolás Alvarado: “hace 30 años, la única certeza era quién iba a ganar las elecciones (el partido en el poder); hoy, la única certeza es la incertidumbre que da la democracia de no saber quién va a ganar. Por primera vez estas normas ponen en riesgo que haya elecciones. Hoy estamos abriendo la puerta a que las elecciones vuelvan a ser un problema”.

Sergio García Ramírez publicó recientemente un artículo periodístico en el que contextualizó con precisión el intento por modificar al INE: “avanza el asedio a instituciones democráticas, garantías de la vida social, y a los derechos individuales, reductos de la libertad personal. No es fácil contener el ímpetu regresivo. Los controles del poder están sujetos al acoso del Ejecutivo, implacable en el fondo y en la forma.  Llueve metralla sobre el Congreso, sobre la Judicatura y los organismos electorales, cuya suerte se resolverá en los próximos días. No perdamos de vista—para reflexionar y actuar en consecuencia—que el peligro no se cierne apenas sobre el INE, al que se pretende aniquilar, sino sobre el estado de derecho y sobre la Democracia”.   

Finalmente, Woldenberg dijo el pasado 13 de diciembre, cuando fue el único orador de la primera marcha en defensa del INE: “Como país fuimos capaces de edificar una germinal democracia….La alternancia constitucional y pacífica (subrayo, pacífica) del poder presidencial ocurrió, por primera vez en México, gracias a ese proceso democratizador. En casi doscientos años de vida independiente, nuestro país nunca lo había logrado. No llegamos a una estación final. Tampoco a un paraíso. Apenas a una germinal democracia pero que nos ha permitido asentar la pluralidad política y que la misma pueda coexistir y competir de manera pacífica.  El problema mayúsculo, el que nos ha traído aquí, el que nos obliga a salir a las calles, el que se encuentra en el centro de la atención pública, es que buena parte de lo edificado se quiere destruir desde el gobierno. Es necesario insistir en eso, porque significa no sólo una agresión a las instituciones existentes sino a la posibilidad de procesar nuestra vida política en un formato democrático”.