NOTA BENE

La “curva de aprendizaje” de los diputados tabasqueños

Es dudoso el origen de la tradición que dicta que todo gobierno debe contar con cien días de gracia desde su toma de posesión. Hay quien lo atribuye a Napoleón, que reconstruyó su escuadra y recuperó el gobierno en ese corto período. Pero todo parece indicar que fue el presidente norteamericano Roosevelt quien acuño esa expresión, en un sentido muy diferente al que hoy se contempla en la mayoría de las naciones.

Roosevelt desarrolló en sus primeros cien días de gobierno el primero de su dos célebres New Deals, orientados a operar reformas urgentes para enfrentar el crac económico del 29, con sus pavorosos efectos en la sociedad y la economía estadounidenses. Dice el politólogo Javier Junceda: “Ese tratamiento de choque se traduciría en la inmediata programación de un ambicioso paquete de reformas legislativas en muy diferentes ámbitos, el financiero, el asistencial, el laboral o el agropecuario, así como en fuertes inversiones en los sectores productivos.

Ese colosal esfuerzo, y sobre todo su rápida puesta en práctica, pasaría a la posteridad y convertiría a los cien días en un tiempo a tener en cuenta para valorar la predisposición inicial de los gobiernos en su función ejecutiva”. A diferencia de los Estados Unidos, en que los cien días siguen considerándose el plazo para trazar las prioridades gubernamentales y el plan normativo, en México y en Tabasco se entienden como una simple tregua obligada a los políticos de cualquier orden de gobierno para empezar el tiroteo de críticas y acoso contra los protagonistas de anécdotas que cualquier novato comete al inicio de su gestión, una especie concesión de carácter simbólico que no está prevista en ningún lugar, pero que la venimos acatando como unos simuladores empedernidos.

Esta peculiar óptica nuestra de los cien días debiera retornar sin duda a su genuino origen histórico. Y viene esto a cuenta porque apenas acaban de tomar posesión nuestros diputados locales tabasqueños y ya vemos como desde determinados grupos, no ya de intereses, sino interesados, se ha comenzado a soltar la artillería contra todas las fracciones de todos los colores. En los últimos días especialmente contra los priistas Ingrid Rosas y Katia Ornelas, aunque también han sufrido las críticas exageradamente crueles algunos de los morenistas, y especialmente la presidenta de la Junta de Coordinación Política, Bety Milland. No parece de recibo que dejemos de examinar lo que una nueva Cámara de Diputados y los propios legisladores en lo personal, hacen en ese lapso, por breve que sea, y no solamente porque hay asuntos inaplazables que no lo permiten, sino porque en democracia no pueden existir espacios temporales exentos al control político del poder.

Pero tampoco parece conveniente ni justo que les arrebatemos un cierto tiempo, una especie de colchón, para que se acomoden en el nuevo “chip” de legisladores que no tenían instalado hasta ahora. De entrada se han reducido el número de comisiones legislativas, lo que representa un ahorro significativo y evita derroches tradicionales. Y se están revisando asuntos tan cruciales como la  propia economía interna de la Cámara. Solo se está haciendo lo que prometió AMLO: Barrer de arriba hacia abajo. “Haiga sido como haiga sido” pero esos legisladores cuentan con el apoyo de cientos de miles de votos de los ciudadanos y se merecen algo que no es políticamente correcto en estos momentos, pero que tiene toda su lógica: Respetar la “curva de aprendizaje” natural. Solo hay que pedirles que se den prisa, que urge que se pongan al día rapidito.

Por Antonio López de la Iglesia