Nuestra violencia

Esta ha sido una pieza favorita de nuestra explicación, pero es una pieza cada vez menos explicativa de lo que sucede

¿Cuál es la índole de la violencia que sigue sacudiendo, inconteniblemente, a México?

Hemos tenido mucho tiempo la explicación de que la violencia se disparó en nuestro país cuando el gobierno decidió declararle la guerra al narcotráfico, al crimen organizado en general.

Esta ha sido una pieza favorita de nuestra explicación, pero es una pieza cada vez menos explicativa de lo que sucede. Porque hoy es claro que el gobierno federal no responde a la violencia criminal con la violencia del Estado. El gobierno actual no ha hecho una declaración de guerra contra el crimen organizado ni actúa a las calladas siguiendo esa estrategia.

Las fuerzas armadas no hacen operativos en regiones convulsionadas, la cacería de capos parece estar en un punto muerto (no así las extradiciones), la Guardia Nacional se dedica a contener migrantes.

La gran zona de fricción de la guerra del Estado contra el crimen no aparece en el panorama. Pero la violencia homicida rompe récords cada mes. La explicación de esta nueva violencia no puede ser ya que el Estado combate a los criminales y sacude el avispero.

No hay ya, tampoco, una identidad entre la violencia derivada del narcotráfico y la violencia en general. En los últimos años han aparecido giros violentos distintos del narcotráfico: la extorsión, el huachicol, el robo a trenes y transportes, las batallas de control territorial. Por todos esos negocios combaten a muerte bandas armadas, sin contención estatal.

También se ha hecho visible el crecimiento de la violencia familiar y del feminicidio, realidades que poco tienen que ver con el crimen organizado y mucho con costumbres oscuras y resistentes de la celebrada familia mexicana.

Las cifras que rompen récords cada semana necesitan nuevas explicaciones, complementarias si se quiere, pero distintas de las que tenemos ahora. La guerra contra el crimen pagó malos dividendos. La suspensión de la guerra contra el crimen, los está pagando peores.

De modo que la guerra contra el crimen multiplicó la violencia y la suspensión de la guerra, también. Con la violencia como con la pandemia, parecemos estar caminando a ciegas, contando cuentos y contando muertos.