Pellicer, entre letras y pejelagarto

Hablando de Pellicer a través de sus versos

La mesa dos de lecturas sobre la obra de Carlos Pellicer dentro de sus jornadas que se realizó ayer en el museo de Antropología, estuvieron los poetas Ulises Rodríguez Guzmán, Virginia Aguirre Cabrera y  José Javier Villarreal, hablando de Pellicer a través de sus versos.

En el caso particular de Ulises Rodríguez (Jalapa, Tabasco), a quien se le quiere dedicar esta columna, mencionó antes de su intervención que rompería el paradigma de los otros participantes.

A un lado dejó los versos, y se dedicó a leer algunas anotaciones sobre Pellicer a través de otros actores.

Llamó la atención al describir lo siguiente: A mediados de 1962, Federico Salas y su chispeante facundia se presentaron una mañana en la Biblioteca. Nos saludamos y, enseguida, quiso saber cuáles eran mis “relaciones literarias” hasta ese momento, quiénes eran mis mejores amigos, escritores y otras cosas por el estilo. “¿Ya conoces a Pellicer, a Gorostiza, a Paz...?” Le dije que no, y que, por mucho que los admirara, prefería mantenerme lo más lejos posible de ellos. Se me quedó viendo, furioso. En seguida, tomándome del brazo, me llevó a la biblioteca y me pidió que marcara el 20-05-28 (único número telefónico que, desde entonces, recuerdo de inmediato). Luego de marcarlo, le pasé el auricular. De ahí a poco, Federico hablaba con Pellicer, en un tono de gran familiaridad. En cierto momento, le dijo al poeta que un joven poeta de Jalisco, capaz de decir de memoria todos los sonetos de Hora de junio y muchos de Recinto, tenía un gran deseo de conocerlo. Pausas. Silencios. Alteraciones, Federico terminó aquella llamada con un alborozado: “¡Cómo no, maestro! A las cinco. Ahí nos vemos”, y colgó. “El maestro Pellicer nos ha invitado a tomar chocolate en su casa. ¡Arre!”

Poco después de las cuatro, íbamos ya en un taxi con rumbo al 779 de Sierra Nevada, “frente a Santa Teresita”. Yo iba de muy mal humor, y con el temor de que me decepcionara como persona. Si los poetas mediocres eran tan pretenciosos, ¿qué podía esperarme de los grandes?

A las cinco en punto tocamos el timbre. Salió a abrirnos una señora entrada en años, quien nos condujo al estudio de Pellicer. Mientras éste llegaba, le eché un vistazo a su biblioteca, formada por un gran número de primeras ediciones con dedicatorias de los autores. De pronto, a mis espaldas, oí una voz de trueno asordinado, me dijo: “Buenas tardes. Me llamo Carlos y ésta es su casa”. Me volví al punto, esperando ver a un hombre corpulento. Vi, en cambio, a un señor bajo de estatura pero macizo como roble, que me condujo a la sala de estar, donde Federico esperaba. Presentaciones. Anuncio de pejelagarto para la cena, en caso de que podamos quedarnos a cenar. Pellicer empieza a hablar de una “señorita llamada Cleopatra” y de unos “reclutas llamados Julio César y Marco Antonio”, a quienes les endilga una y mil peripecias truculentas, que nos matan de la risa.

Chabela –tal es el nombre del ama de llaves- entra y pregunta si vamos a tomar un aperitivo. Pellicer le pide que lleve chichihualco, “el mejor mezcal de Guerrero”. El mezcal es excelente, lo he bebido antes que los demás, pero no me atrevo a servirme otro. Pellicer lo advierte y me dice: “Otro mezcalito, profesor, a ver si así tenemos el honor de oírlo”. Y yo, desde luego, me limito a sonreír y a ruborizarme. Bajamos al comedor, muy pequeño, y cenamos pejelagarto condimentado con hierba santa, fresca (Pellicer nos mostró un ejemplar de ese extraño pez que, disecado, nos miraba sin rencor desde un trinchero).

PARÉNTESIS

Como parte de la presencia de la sociedad civil en las Jornadas Pellicerianas, la socióloga y maestra en educación Teresita de Jesús Bautista participó ayer con la ponencia “Carlos Pellicer: un referente para vivir diariamente”, en el museo de Historia de Tabasco, Casa de los Azulejos. Habló del hombre no sólo creador de una de las poesías más intensas, sino del ciudadano y del ser común, sencillo, que se preocupó por su tiempo. “Carlos Pellicer –dijo- era una palabra que se volvió niño, buscó abrevar en la realidad su vocación: ser un poeta social”.