PELLICER, ESPLENDIDA SOMBRA (II)
LA NOVELISTA Y ENSAYISTA JULIETA CAMPOS (1932-2007), AMPLIA CONOCEDORA DE LA CULTURA DE TABASCO
LA NOVELISTA Y ENSAYISTA JULIETA CAMPOS (1932-2007), AMPLIA CONOCEDORA DE LA CULTURA DE TABASCO, CELEBRÓ CON ESTE TEXTO EL CENTENARIO DE CARLOS PELLICER, PUBLICADO EN LA JORNADA SEMANAL, EL 21 DE DICIEMBRE DE 1997. POR LA IMPORTANCIA Y VIGENCIA LO RECUPERAMOS HOY PARA NUESTROS LECTORES. OFRECEMOS LA SEGUNDA PARTE Y FINAL.
UNA DEMOCRACIA NUEVA
Está todo Pellicer en aquel grito de la aurora que lanza el mar, dispersando el amor a los cuatro puntos cardinales. Se hizo uno con el sol en esos versos aurorales y volvió a nacer con él cada mañana. Y fue el mar, y la tarde, y los niños, y el placer de luchar con las olas. Fue el azul. Oyó la voz del mar y durmió con el mar y amó la vida. Aprendió a comer, con Claude Monet, “cosas azules y eléctricas”. Y descubrió la palabra oscura y luminosa de la Noche, y los vertiginosos Andes tempestuosos y, también, que en las alturas “no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas”. Todo eso lo supo desde entonces, entre los diecisiete y los veintidós años.
El amor y la fe le intuyó Vasconcelos cuando, en 1924, prologó su Piedra de sacrificios y subrayó aquella efusión que, como a él mismo, le despertaban al poeta joven todas las patrias del continente americano. Aquel Pellicer ya aspiraba a una “democracia nueva”, que acabaría por germinar en la emoción y en el relámpago del pensamiento, actualizando por fin y haciéndolas una sola, las videncias de Bolívar y de Rubén Darío, después de tres siglos de llanto del arrinconado corazón americano.
Amó a Bolívar porque, como él, había sido un iluminado, cuyas meditaciones proféticas “desbordaron el vaso oculto del tiempo”. Admiró a José Vasconcelos, tanto que necesitó consagrarle a su muerte una elegía apasionada. Porque había sido, dijo, una “estrella de la mañana”, “verdaderamente un hombre en toda la raíz de la palabra”, comparable al Hombre-Fuego que pintó Orozco en Guadalajara, se identificaba con aquel apasionado mexicano “que había pasado la vida en el uso de la palabra”. Abrir un libro de Vasconcelos, nos dejó dicho Pellicer, “es como cuando uno a la vuelta de un camino/ descubre el mar”. Frente a la vejez solar de Díaz Mirón, se sintió él mismo “aprendiz de huracanes” y no se avergonzó de envidiarle el relámpago y el trueno. Ni casual ni gratuita era la afinidad que lo vinculaba a esos hombres; la humanidad que latía en él era, sin duda, de una índole muy semejante.
BAÚL DE LA MEMORIA
Practicó desde temprano la “dulce melancolía de viajar” y fue llenando de estrellas danzantes y de huellas del ancho mundo el baúl de su memoria, siempre con la ubicua presencia del mar. Entre el Bósforo y Río de Janeiro, Delfos y Tilantongo, venía de Tabasco y hacia Tabasco iba todo el tiempo, “con ríos en la garganta, con dioses a las espaldas”. Paseó sus soledades y sus ausencias por el Tigris y el Eúfrates, el Nilo, el Tíber y el Arlanzón, para descubrir cada vez que se le encimaban las aguas del Usumacinta, hijo del Lakantún y el Lacanjá, y se le aparecía la gran ceiba de Atasta, brújula de “cinco rumbos”. Había de reconocer entonces: “Yo soy un hombre de Tabasco que ha visitado los sepulcros andantes de la historia.”
Entre el amarillo y el azul fue recogiendo palabras mágicas. Reinventó un trópico a la vez prodigioso y funesto y entrañable: un espacio improbable donde “las garzas inmovilizan el tiempo” y que “sostiene en carne viva la belleza de Dios”.
Un trópico que estalla en un grito por la voz del poeta y que sangra, como un San Sebastián herido por un sinfín de dardos, “cuando la luz estalla al mediodía”.
Elemental fue su poesía porque estaba hecha de los cuatro elementos: del aire que acerca espíritus (y mares); del agua de los viajes fabulosos; del fuego de las noches siderales y de la tierra feliz y maldita. Y porque, como la vida, circulaba por ella la muerte: “sombra de Dios”, elemento sagrado. Pero, por encima de la muerte, campeaba el amor, “música de la noche”. Y, envolviéndolo todo, “el infinito azul de los orígenes” y la voz del poeta, buscando ser uno con el Todo y descubriendo que sólo al callarse podrá escuchar de cerca las voces del universo. Olvidó su nombre para llamarse mar y llamarse noche y llamarse viento y llamarse bosque y sumergirse en la enorme fiesta de la palabra Oceanía.
VOLVER A PELLICER
He vuelto a leer a Pellicer para escribir estas líneas. Y he vuelto a detenerme y a volver sobre ciertos poemas, que me sedujeron siempre, de Hora de junio: “Vuelvo a ti, soledad, agua vacía....”; “...el imposible amor, dulce amor, amor terrible...”; “amor así, tan cerca de la vida/ amor así, tan cerca de la muerte...” “Praderas verdes de junio/ en que junio sale a ver/ lo que se dice de junio...”. He vuelto a sentir junio en carne viva: “...la abrasadora desnudez de junio...”; junio que sabe de “la tristeza/ que da la dicha del amor humano”.
Volver a pisar el suelo de Tabasco será para mí, cada vez, recuperar el asombro que me indujo el poeta una tarde, cuando el sol incendiaba entre nubes el poniente y el canto dichoso de un centenar de aves rompió el silencio del crepúsculo en una laguna que él llamó El Pajaral ñque jamás he vuelto a ver y que sospecho haya sido, tan sólo, una realidad virtual convocada para deleite de quienes lo acompañábamos, por la taumaturgia del ritmo versicular que tantas veces marcaba en sus palabras.
Aquella tarde supe que, en efecto, en esta parte del mundo “el piso se sigue construyendo” y que aquí se aman, en verdad, “las fuerzas del origen: el fuego y el aire, la tierra y el mar”. Hoy, tantos soles y tantas lunas después, me basta volver a pisar el suelo de Tabasco para sentir la presencia del poeta hombre que, con su voz poderosa, desplaza el estrépito y la furia de trajines oscuros y palabras necias. La presencia de ese hombre que es un árbol de caoba con pájaros en la cabeza y un jaguar sobre las piernas. Un árbol que canta a cántaros. Un árbol milenario que estará siempre alzado en el centro mismo de esta tierra acuática para cobijarnos en su espléndida sombra de palabras: Carlos Pellicer. (Subtítulos de la redacción)