OPINIÓN

Pellicer, universal por siempre
15/02/2022

En “Las peras del olmo”, Paz escribió un ensayo sobre la obra de Pellicer en 1955.

Lo conocí a través de sus cantos a la exuberante naturaleza y todo cuanto posee: ríos, selva, flores, sol, aire, nubes, pájaros y más. Me acerqué a él escuchando audios con su voz profunda y parsimoniosa dicción. Luego supe que Carlos Pellicer era más que eso: poeta mayor, símil de talento lírico, guardián del empleo magistral del léxico y alquimista capaz de convertir un asunto baladí en una obra de arte.

Un 16 de febrero de 1977, hace 45 años, un último aliento lo impulsó a cruzar la puerta de la inmortalidad, aunque desde mucho antes la mantuvo abierta gracias a su precursora producción literaria, objeto de elogios en su tiempo, como el que expresó Octavio Paz al considerarla una bandera del cambio en la lírica hispanoamericana.

En “Las peras del olmo”, Paz escribió un ensayo sobre la obra de Pellicer en 1955. Ahí enfatizó la trascendencia de este poeta: “Ramón López Velarde y José Juan Tablada son los iniciadores de la poesía moderna en México. (…) Nuestro primer poeta realmente ‘moderno’ es Carlos Pellicer”. El premio Nobel añadió que la obra de Pellicer “pretende ordenar al mundo. En los primeros tiempos este orden era el del juego; después fue un orden monumental, como si quisiera recordar a los toltecas y a los mayas”.

Viajero tenaz (una de sus grandes pasiones), Pellicer sustrajo pedazos de universo para hilvanar versos con abundantes recursos metafóricos. En el prólogo del libro “Piedra de sacrificios”, en 1924, José Vasconcelos expuso: “ha visto Pellicer su América y también la ha escudriñado con la planta del pie que descubre todos los secretos de la tierra y con la mente que contempla la historia. De esta suerte integral ha cultivado su amor del continente latino. Un amor total y sin reservas, como el de la madre que ama a sus hijos, cual si fuesen los dedos de una misma mano (…) Así quiere Pellicer a todas las veinte naciones”.

A decir de Vasconcelos, el vate oriundo de Tabasco hizo de los más bellos lugares del mundo las patrias más amadas, “no los sitios a donde nacimos o donde irán a parar nuestros huesos, sino allí donde la presencia divina se revela más pura en el lenguaje de encantamiento, de visiones magnificas”.

Cual creador de tierras y horizontes, Pellicer blande el lenguaje para lustrar lo deslustrado, como cuando escribe: “¡Saber una palabra! / Una palabra sola, y elevaré la Luna tras las ruinas fantásticas de esta náufraga duda. / De cada ciudad fúnebre haré una dulce aldea. / Los montes se abrirán nuevas gargantas / y el canto estará abierto en medio de la selva”.

Solo cuando de verdad nos acercamos al poeta de América, podemos desterrar ideas preconcebidas sobre la complejidad de su obra. Hasta los lectores poco avezados tienen la oportunidad de ser tomados de la mano y conducidos por caminos atestados de magia y sensibilidad; sumergidos en profundos océanos de palabras que iluminan, asombran, modifican el mundo. Bien nos valdría a los docentes persuadir a los estudiantes hasta convertirlos en clientes de la poesía, este admirable artefacto verbal que enriquece la vida. Y si para empezar es la poesía de Pellicer, mucho mejor.

Al conmemorarse cuatro décadas y media de su partida, estoy convencido de que sigue vigente la afirmación escrita en febrero de 1977 por el poeta y traductor Guillermo Fernández: “Quienes conocemos su obra –unos más, otros menos– sabemos que ahora, más que nunca, la fecha de su muerte es la de su verdadero nacimiento”.




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