PLANO TANGENTE
25/08/2025
¿QUÉ HAREMOS DE VIEJOS?
El envejecimiento de la población es una de las transformaciones más profundas y silenciosas de nuestro tiempo. A diferencia de otros fenómenos que capturan titulares, sean crisis políticas, guerras o pandemias, este cambio ocurre de manera gradual, pero con un impacto que será decisivo para el futuro de las sociedades. La combinación de una fecundidad cada vez más baja y una esperanza de vida cada vez más larga está reconfigurando la pirámide demográfica mundial hasta convertirla en un obelisco; ya no es una pirámide ancha en la base (muchos jóvenes) y angosta en la cima (pocos viejos), sino una uniforme.
Hoy, dos tercios de la humanidad vive en países cuya tasa de fertilidad está por debajo del nivel de reemplazo (2.1 hijos por mujer). Esto significa que, si las tendencias continúan, varias de las principales economías del planeta podrían perder entre 20 y 50 por ciento de su población hacia finales de este siglo. Japón, Italia, Corea del Sur y Alemania ya enfrentan ese panorama, mientras que China y gran parte de América Latina, incluido México, se encaminan a la misma situación en apenas una o dos generaciones (Madgavkar et al., 2025).
El envejecimiento tiene consecuencias de distinta magnitud según el horizonte temporal en que se le observe. A corto plazo, la presión más evidente recae en los sistemas de salud y de cuidados. El aumento en la prevalencia de enfermedades crónicas, la necesidad de infraestructura hospitalaria especializada, la demanda de medicamentos y personal capacitado ya están tensando los presupuestos públicos. Sociedades que no fortalezcan la prevención (con dietas saludables, más actividad física y menos consumo de tabaco y alcohol) verán crecer no solo la factura sanitaria, sino también el deterioro en la calidad de vida de sus adultos mayores (Bloom and Sucker, 2023).
En el mediano plazo, el impacto se sentirá con más fuerza en la economía. La reducción de la población en edad de trabajar implica que habrá menos manos para sostener la producción, el pago de impuestos y las transferencias que financian las pensiones. En 1997 había más de nueve trabajadores por cada jubilado en el mundo; para 2050, ese número caerá a menos de cuatro, y en algunas economías avanzadas apenas habrá dos personas en edad laboral por cada adulto mayor. La consecuencia es clara, se incrementará la presión fiscal, crecerán los déficits de los sistemas de retiro y disminuirá el dinamismo económico.
Si miramos al largo plazo, el riesgo se convierte en algo más inquietante, la despoblación. No se trata únicamente de tener más viejos que jóvenes, sino de ver sociedades enteras reducirse en número. El caso de Corea del Sur es ilustrativo: con una tasa de fecundidad de apenas 0.7 hijos por mujer, en dos generaciones habrá solo 13 nietos por cada 100 abuelos. La despoblación trae consigo interrogantes que van mucho más allá de la economía, implica redefinir el contrato social y la convivencia intergeneracional.
Este escenario no es inevitable. Existen palancas de acción que pueden mitigar sus efectos. Una de ellas es la productividad; se requeriría multiplicar entre dos y cuatro veces las ganancias actuales para compensar la pérdida de mano de obra. Otra es el aumento en la participación laboral, extender la edad de jubilación de manera flexible y fomentar el trabajo parcial entre los adultos mayores puede ser parte de la solución. También la migración, aunque políticamente compleja, puede rejuvenecer la fuerza laboral en regiones envejecidas. Finalmente, estimular la natalidad con políticas de apoyo a la familia, guarderías accesibles, licencias parentales, incentivos fiscales, es fundamental, aunque hasta ahora ningún país ha logrado regresar a los niveles de reemplazo.
En México, donde la transición demográfica avanza con rapidez, todavía estamos a tiempo de prepararnos. Por ejemplo, invirtiendo en salud preventiva: reforzar campañas de vacunación, promover estilos de vida saludables y garantizar un sistema de atención primaria accesible que detecte enfermedades oportunamente. Asimismo, hay que fomentar el ahorro para el retiro por medio de esquemas de pensiones complementarias, educación financiera y apoyos fiscales para que las personas se preparen desde jóvenes. También es prioritario generar empleos formales de calidad, con capacitación constante, para la gran cantidad de jóvenes que todavía hoy integran la fuerza laboral en México. Y, paralelamente, falta diseñar políticas públicas con perspectiva intergeneracional para equilibrar el gasto público entre pensiones y educación, facilitar programas de vivienda compartida entre jóvenes y adultos mayores o exhortar a las empresas a que contraten trabajadores de diferentes edades.
Esto se trata de envejecer bajo buenos términos. Y es tan complicado, que depende de que existan los incentivos correctos y, al mismo tiempo, de que cada persona construya la mejor vejez que pueda. No sólo cuidando la salud; también nuestra red de apoyo. Podemos tener la certeza de que, para sortear la vejez, necesitamos una comunidad fuerte y solidaria.
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