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Poesía: educar, sentir y comprender
La poesía ha acompañado a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Antes de ser leída en páginas impresas, fue cantada junto al fuego, transmitida por tradición oral y grabada en la memoria colectiva. No es extraño, entonces, que su función haya desbordado el simple hecho estético para abrazar dimensiones más amplias de la experiencia humana.
Siempre he sostenido que la poesía, lejos de ser un lujo del lenguaje o un adorno cultural, se revela como una herramienta vital para la educación, el autoconocimiento y la comprensión profunda del mundo. Esta triple dimensión —didáctica, introspectiva y existencial— permite valorar su riqueza no solo como manifestación artística, sino como una experiencia transformadora.
De manera general, ayer compartí esta idea durante la presentación de mi poemario "Acallar el silencio", realizada en el Instituto Juárez de la UJAT, en el marco del Encuentro de Literatura y Traducción "José Carlos Becerra", donde tuve el honor de contar con los generosos comentarios de Magnolia Vázquez y Miguel Ángel Ruiz Magdonel. La estructura del libro responde precisamente a esta concepción tripartita: razón, pasión y vida. Hoy, con la pausa que permite la escritura reflexiva, me detengo a justificar con mayor profundidad cada una de estas miradas.
En su dimensión pedagógica —o como recurso didáctico—, la poesía actúa como un puente entre el conocimiento y la sensibilidad. A menudo se piensa que enseñar poesía consiste en memorizar versos o analizar figuras retóricas, pero su potencia educativa va mucho más allá. La poesía estimula la imaginación, fomenta la empatía y desarrolla la competencia lingüística y comunicativa. Al invitar a los estudiantes a explorar imágenes, ritmos y símbolos, abre la puerta a formas de pensamiento divergente, donde la lógica lineal cede espacio a la intuición y la creatividad.
Además, el lenguaje poético posee la capacidad de condensar conceptos complejos en formas breves, sugestivas y memorables, lo que facilita la comprensión de ideas abstractas. Ciprián Cabrera Jasso señalaba que uno de los mayores retos de la escritura poética es el grado de síntesis que exige: la imagen ha de ser abarcadora, clara y directa. Por lo tanto, la poesía no debe entenderse únicamente como un contenido que se enseña, sino como un método para enseñar: un recurso transversal capaz de enriquecer múltiples áreas del conocimiento.
La segunda dimensión de la poesía alude a su capacidad para expresar aquello que sentimos cuando no sabemos cómo decirlo. En este sentido, escribir o leer poesía puede convertirse en un acto de profunda introspección. Como afirmaba el poeta austríaco Rainer Maria Rilke, "una obra de arte es buena cuando ha brotado de una necesidad". Esa necesidad, en el caso de la poesía, es a menudo la urgencia de traducir en palabras lo indecible: emociones confusas, estados de ánimo complejos o vivencias difíciles de racionalizar.
Al escribir poesía, nos enfrentamos con nuestra propia interioridad. Elegimos cada palabra no solo por lo que significa, sino por lo que sugiere, por su sonido, por su peso emocional. En ese proceso, vamos descubriendo capas de nuestro ser que quizás desconocíamos. De igual modo, al leer poesía de otros, encontramos espejos de nuestra propia experiencia: versos que expresan con precisión lo que no sabíamos cómo decir. Así, la poesía se convierte en una herramienta de autoconocimiento, una brújula que orienta el viaje hacia uno mismo.
La tercera dimensión de la poesía se relaciona con su capacidad de ampliar nuestra percepción del mundo. A través del lenguaje poético, la realidad cotidiana se despoja de su apariencia trivial y se nos presenta bajo una nueva luz. Lo habitual se vuelve asombroso, lo invisible se vuelve visible. La poesía no solo describe el mundo: lo revela. Como escribió Octavio Paz, "la poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo".
En tiempos de incertidumbre, violencia o alienación, la poesía puede ofrecer consuelo, resistencia y lucidez. Lejos de evadir la realidad, muchas veces la enfrenta de manera más profunda que otros discursos. Nos ayuda a comprender fenómenos sociales, dilemas éticos o cuestiones filosóficas desde una perspectiva humana e íntima. Poetas como César Vallejo, Wisława Szymborska o Rosario Castellanos han hecho de la poesía una herramienta crítica para interpretar los acontecimientos históricos y las estructuras de poder.
Estos tres enfoques particulares de la poesía —el didáctico, el introspectivo y el existencial— no son compartimentos herméticos, sino aspectos que se entrelazan y potencian entre sí. La poesía enseña porque nos hace sentir; nos hace sentir porque nos lleva a conocernos; y al conocernos, comprendemos mejor el mundo que habitamos.
En un tiempo en que predominan la velocidad, la utilidad y la literalidad, la poesía se yergue como un espacio de pausa, profundidad y resonancia. No se trata de embellecer lo real, sino de habitarlo con mayor lucidez. Por ello, cultivar la poesía —leerla, escribirla, compartirla— es también una forma de cultivar la humanidad.
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