POSTALES: Bangkok (y II)

POSTALES: Bangkok (y II)

ESTRICTAMENTE PERSONAL

POSTALES: Bangkok (y II)

Raymundo Riva Palacio

BANGKOK.— El único museo que casi nadie conoce aquí, es el que ha definido la historia contemporánea de Tailandia. Sobre una de las principales avenidas que alberga a los ministerios, en el corazón político de esta monarquía parlamentaria, entre oficinas de burócratas y casi escondido, se encuentra un museo único en su tipo, de la Anti Corrupción, esfuerzo noble de quienes combaten al abuso de poder, pero que parece una sutil especie de justificación de la junta militar que utilizó lo podrido del anterior régimen para ejecutar un golpe de estado en 2014 para deshacerse de un gobierno impopular. La idea nació para combatir la percepción generalizada de que lo único importante cuando se es corrupto es que no lo atrapen, y que no todos los males se encuentran en los gobiernos, sino tienen fuertes raíces en la sociedad, desde los años tempranos. Sus motivaciones se escuchan terriblemente cercanas.

La entrada al museo está entre columnas pintadas con mensajes en amarillo y naranja, con leyendas que recuerda como la sociedad suele olvidarse de los casos de corrupción y fraudes de manera muy rápida. ¿Copiaste en la escuela? ¿Hiciste trampa para sacar una buena calificación? ¿Te le metiste a alguien en la fila? ¿Mentiste a tus maestros? La racional del museo es que la corrupción comienza con nosotros y termina con nosotros, mediante la organización de la sociedad y el fortalecimiento de los medios o la proliferación del periodismo ciudadano de denuncia. El mensaje es claro, pero su ejecución es bastante más complicada.

Los casos de corrupción, como en otros lados, siempre han servido como instrumentos políticos. En Tailandia, las protestas callejeras fueron detonadas por la compra de arroz por encima del 50% del precio mundial que hizo el gobierno de la primera ministro Yingluck Shinawatra, para ganar votos en el sector rural, que llevaron al país a la inestabilidad y provocaron que una junta militar encabezada por el general Prayut Chan-ocha, quien había jurado lealtad al gobierno constitucional y declarado que jamás intentaría un golpe de estado, lo derrocara.

La corrupción del gobierno de Shinawtra es ejemplificada en el museo con ese caso que encabeza los 10 más escandalosos, pero que como en cada uno de ellos, no toca otros puntos importantes en la discusión del fenómeno. Tras el golpe militar el general Prayut declaró la guerra contra la corrupción, hizo redadas contra los disidentes, eliminó los debates sobre la democracia en las universidades, redujo la libertad de expresión y publicó una constitución temporal que le otorgó los poderes ejecutivos para darse a sí mismo una amnistía por haber roto la ley. Tampoco resuelve la paradoja que varios de sus ministros recibieron sobornos por contratos públicos y privados en aviación, telecomunicaciones y energía eléctrica otorgados por el gobierno derrocado.

El Museo Anti Corrupción no se mete en la explicación de esas contradicciones. Describe en cambio otros nueve casos, dos de ellos paradigmáticos en la sociedad tailandesa. El primero sobre el fraude en el sistema de tratamiento de aguas en Klong Dan, un suburbio de Bangkok, donde políticos federales y locales compraron las tierras para su desarrollo y se las revendieron al gobierno, además de utilizar contratistas amigos a quienes se les adjudicaron las obras públicas. El segundo tiene que ver con el caso de sobornos de la empresa Rai-Som, uno de sus fundadores, el famoso conductor de noticieros Sorrayuth Suthassanachinda, que compraban anuncios a una tercera persona a un precio y los colocaban en la televisión a un costo más elevado. Las utilidades ilícitas se las repartían entre la empresa y su influyente conductor, que pagaron sobornos al responsable de asignar la publicidad.

Cada uno de los casos, además de tener la información detallada, es acompañado por una escultura cada uno, que permite una interpretación libre. Por ejemplo, en el caso de malversación de fondos para la construcción de 396 estaciones de policía, está la estatua de un hombre que tiene atragantados pedazos de materiales de construcción. En el caso de la planta de tratamiento de aguas, la escultura tiene tres cabezas, que simboliza el alcance del fraude desde que establecen la política pública para ello, fijan el presupuesto y aprueban el proyecto. Hay una escultura de una mujer parada sobre una tortuga, que se refiere a la lentitud del proceso judicial en otro de los casos expuestos, el de dos ejecutivos de Hollywood que pagaron un soborno millonario a ex responsable de Turismo de Tailandia para que les diera la administración del Festival Internacional de Cine.

El Museo Anti Corrupción presume ser una fuente de conocimiento moral para luchar contra la corrupción de todas las formas. No sólo presenta casos de corrupción. Los hace pensar a partir de la pregunta ¿se han arriesgado haciendo fraude? Muestra seis patrones de trampas utilizados con frecuencia y eficacia, para detectarlos y bloquearlos. Insta a la sociedad y a los medios a denunciarlos, bajo la premisa de que “el pillo debe ser castigado”, y a través de enseñanzas con premios y castigos, busca, sobre todo, que los tailandeses mejoren en los índices internacionales de corrupción. Lento, pero camina.

Tailandia ha mejorado ligeramente en la clasificación de Transparencia Internacional –ocupa el lugar 101; México el 123-, pero no gracias a los esfuerzos del gobierno actual, que sólo utilizó la corrupción para llegar al poder y mantenerse en él. El fenómeno continúa. El cambio no fue la solución, sino un pretexto en la lucha por el poder. En esto, el Museo Anti Corrupción deja enseñanzas trasnacionales, para escuchar, analizar y actuar.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa