OPINIÓN

ESCALA CRÍTICA

Programas sociales, jóvenes y criminalidad: la batalla por el futuro ya está aquí
19/02/2022

* Apoyo a jóvenes: el mayor despliegue en Latinoamérica * 1982-2018: desempleo a la baja, criminalidad creciente * Un reflejo: literatura, identidad juvenil y seducción criminal

LOS PROGRAMAS mexicanos 2022 de apoyo a jóvenes suman un billón de pesos, lo que duplica el monto de cualquier programa similar en Latinoamérica (Banco Interamericano de Desarrollo: Reporte sobre gasto social). En medio del polvo mediático levantado por una oposición todavía huérfana de proyecto, el contraste es evidente.

Se apuesta a atender a la población juvenil para transformar la realidad. Se reclama un esfuerzo social después de décadas de saqueo y olvido.     

Desde luego, hay espacio para mejorar en la asignación de recursos vía censo de inscripción. Según la organización México Evalúa, hubo 482 millones de pesos (supervisión 2019-2020) que se entregaron a jóvenes que falsificaron documentos. Es requisito constitucional que los programas sociales incluyan “una distribución geográfica por entidad federativa”. Es punto a transparentar.     

De cualquier modo, el contraste “antes y ahora” es clave. Vale la pena ir a terreno hostil al gobierno y citar a María Amparo Casar, de Mexicanos Contra la Corrupción, tan señalados por su animadversión: “el gasto social en los sexenios de Peña y Calderón supera el monto de los recursos que destina López Obrador. No hay nada nuevo bajo el sol”. No dio cifras. Podrían compararse por trienio, no por sexenio. Y olvida dos preguntas cruciales: durante los sexenios de Calderón y Peña, 1) ¿llegaron íntegros los recursos a la población necesitada?, y 2) ¿se supervisó el funcionamiento de programas, para evitar saqueos y presiones electorales?

JÓVENES Y OPCIONES

CUANDO los jóvenes son carne de cañón del crimen organizado, se rompe cualquier noción de desarrollo social viable. México llegó a ese punto: miles de jóvenes fueron capturados por la delincuencia frente al desierto de estudios y empleos. Una respuesta era urgente.

Un comparativo histórico entre el índice de desempleo y el incremento de la criminalidad en México (1982-2018) arroja luz al problema: el desempleo se disparó desde principios de los años 80s, con acumulado de -250% en 36 años, mientras los delitos cometidos se multiplicaron por 10 (Colegio de México 2019, “Condiciones sociales y criminalidad”). Evidente, la correlación desempleo/criminalidad.

Y ojo: no sólo se jaló a los jóvenes sin recursos. Hay registros periodísticos de que el modo de vida narco atrae a jóvenes adinerados en el norte, puesto que el negocio crece si se engancha a consumidores con poder adquisitivo. De acuerdo con investigaciones estadounidenses (Miami Herald, San Diego Cronicle) jóvenes de ambos sexos en Sinaloa, Sonora, Nuevo León y Tamaulipas, son seducidos por el dinero y las armas, para convertirse en ‘chambelanes’ del mundo de las drogas. La adicción juvenil deviene atmósfera cultural.                    

La fascinación juvenil por el mundo narco creció sin antídotos. El crimen organizado hizo de la cooptación juvenil su principal reserva de ‘personal’. Este problema, de hondas raíces sociales, debe revertirse. Oficialmente hay un programa de becas a 15 millones de jóvenes estudiantes y trabajadores.     

JÓVENES Y MIRADAS LITERARIAS

HAY QUE visitar la literatura mexicana, una especie de sociología narrativa: la juventud de otras épocas no estaba ligada al mundo criminal. Los mexicanos de principios y mediados del siglo XX pasaban de la niñez a una ‘juventud adulta’, sin adolescencia. El ritmo rural definía una madurez precoz, con riesgos en los que no aparecía el crimen organizado. Para Juan Rulfo y Agustín Yáñez los peligros eran el cacique, el alcohol y el machismo.

La transición que significó Carlos Fuentes, al ubicar sus personajes en la ciudad (La región más transparente, 1956) mantuvo el campo juvenil por fuera del crimen organizado. Hay ambiciones sociales, vida nocturna y gusto por el poder político. Aspiracionismo, se diría.

Dialogo con mi colega Pablo del Ángel y coincidimos: con la literatura de la onda, el registro narrativo sitúa cambios culturales: los jóvenes urbanos viven una atmósfera de curiosidad sexual, rock, pandillas y droga orgánica (marihuana, hongos) sin crimen organizado. En las ficciones de José Agustín, Parménides García Saldaña y Gustavo Sáinz, se muestra una juventud placentera y desordenada, sin que sea inducida a la delincuencia. Hay asombro de los adultos (‘la momiza’) por conductas y gustos juveniles.

En los años 80s y 90s, con Paco Ignacio Taibo II y sus tramas policiales, con Luis Zapata y José Joaquín Blanco desde el flanco erótico, el panorama juvenil comienza a virar hacia la delincuencia, aunque no se ha dado el vuelco: los jóvenes tienen ofertas de criminales y aguantan la tentación.  

Es hasta el siglo XXI que la literatura exhibe a la juventud en baile con el crimen. Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Juan Villoro, más la mirada externa del norteamericano Don Winslow y el español Arturo Pérez Reverte, describen la conexión entre jóvenes y criminalidad. Ambiente que devora ilusiones y no hace distingos de género (La reina del Sur). Sin opciones sociales, aparece la seducción del crimen organizado. Hay una batalla cultural por el futuro de México. (vmsamano@hotmail.com)



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