Quitar, poner, mandar

En este país la democracia debe dejar de ser coartada para charlatanes y criminales

Llegó la hora de garantizar que esos monstruos que la democracia puede llegar a engendrar tengan corta vida y hagan el menor daño posible. Llegó la hora de que quienes nos gobiernan sepan que están ahí no sólo porque el pueblo pone y el pueblo quita, sino también hasta que el pueblo lo decida. 

La transformación de México -una decisión que tomamos la mayoría de las y los ciudadanos en el 2018- es también una transformación profunda y radical de nuestra democracia. Atrás ha de quedar el tiempo en que la ciudadanía era requerida sólo cada tres o seis años, y sus votos eran considerados una especie de patente de corso para quienes resultaban electos.

En este país la democracia debe dejar de ser coartada para charlatanes y criminales.  El daño ocasionado a la nación por personajes de la calaña de Vicente Fox, Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto se hubiera reducido sustancialmente si a mitad de sus respectivos sexenios se hubieran visto obligados por la Constitución a someterse a la revocación de mandato. Con sangre, dolor y pobreza pagamos las y los mexicanos el que esos infames se mantuvieran en el cargo por 6 años.

De la democracia representativa -un modelo a mi juicio ya agotado- hemos de transitar a la democracia participativa. Para el régimen neoliberal, la democracia era un asalto enmascarado al poder por la vía del fraude electoral o mediante una vil transacción comercial. Los grandes electores eran los medios de comunicación y el poder económico; las y los votantes eran un instrumento inerme a los que duraba muy poco la ilusión de haber sido ellas y ellos quienes habían elegido a sus gobernantes.

Por eso Andrés Manuel López Obrador prometió durante su campaña someterse a la revocación de mandato al llegar a la mitad de su sexenio. Insistió en ello una y otra vez, porque como él mismo dice, la obligación de un dirigente político es repetirse -a contrapelo de la obligación de un artista o un escritor-. Y colocó esa promesa junto a la lucha contra la corrupción y el principio de que “el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás”.

Resulta paradójico -por decir lo menos- que ese, al que la derecha acusó y acusa aún de pretender eternizarse en el poder, haya sido el primer candidato en poner su propia cabeza en la picota. Una decisión que, ya convertido en el Presidente más votado de la historia de México, ha reiterado y por la que ha luchado en contra de la derecha conservadora.

Bien podía López Obrador haberse dormido en sus laureles, acomodarse sobre sus 30 millones de votos. Bien podía, siendo un presidente sometido a un linchamiento mediático constante y brutal, haberse evitado correr un riesgo a todas luces innecesario. Al empecinarse en la consulta sobre la revocación de mandato muestra su congruencia política y su indeclinable vocación democrática. La derecha, al resistirse a este ejercicio de democracia participativa (como ya lo hizo con la anterior consulta), exhibe por el contrario su vocación autoritaria y su absoluto desprecio por lo que la gente de este país piensa y quiere.

Convertirnos en una nación que les demanda de manera libre y fulminante a quienes la gobiernan que cumplan o se vayan, no debe ser sólo parte sustancial del legado histórico de López Obrador; ha de ser nuestro propio legado. Una herencia de libertad y soberanía ciudadana para nuestras hijas e hijos. El comienzo de una nueva era en la que, como quería Abraham Lincoln, la democracia sea, efectivamente, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; ese pueblo que habrá, de ahora adelante, de poner, quitar, mandar.

 @epigmenioibarra