Ser radical

No fuimos -como insiste la derecha conservadora- víctimas de engaño alguno

Hoy, en este país, basta con ser decente para ser revolucionario, para ser radical y es que nadie puede andarse con medias tintas si de condenar y combatir la corrupción se trata. Nadie tampoco necesita coartada ideológica alguna para pronunciarse contra la impunidad. No se trata de ser comunista, socialista o populista, se trata de actuar con integridad y patriotismo, con conciencia y un sentido real y profundo de lo humano. 

No podíamos permitir (no lo tolerábamos más) que asesinos y ladrones nos siguieran gobernando, que ensangrentaran y saquearan a nuestra patria impune y descaradamente. Por eso, después de 36 años de sumisión y de lucha tenaz, en 2018 la mayoría de las y los mexicanos tomamos una decisión tan revolucionaria como radical y nos pronunciamos en las urnas por un cambio de régimen.

No le ordenamos a Andrés Manuel López Obrador con nuestros votos: hazlo a medias, negocia, contemporiza, cuida tu imagen, queda bien con todos, conserva lo existente, haz concesiones a los poderes fácticos, sométete a ellos. 

Le ordenamos, por el contrario, que atacara de raíz la corrupción y lo hiciera respetando la división de poderes y garantizando las libertades de todas y todos los ciudadanos, que demoliera “la presidencia imperial” y su guardia de corps (el Estado Mayor Presidencial), se liberara de la corte mediática y separara -a cualquier costo- al poder político del poder económico.

No fuimos -como insiste la derecha conservadora- víctimas de engaño alguno. Escuchamos sus propuestas, conocimos a la perfección sus planes, reflexionamos sobre ellos, lo discutimos y luego de todo eso, en un acto de soberanía individual que nos hermanó a 30 millones de personas, cruzamos la boleta para convertirlo en Presidente. 

Fue tan abrumador y contundente este acto de liberación colectiva que, quienes creían haber encontrado la coartada bipartidista perfecta para el sometimiento perpetuo de la nación, a pesar de tener en sus manos a los medios y a las instituciones, se vieron obligados a entregar el poder. No fue el INE -esa es una falacia más de la derecha- quien lo hizo Presidente, fuimos nosotras y nosotros, los votantes.

Llevamos así a López Obrador a Palacio Nacional, en un acto de rebeldía consciente, para que cumpliera su promesa central: cambiar de régimen y conducir la 4ª transformación de la vida pública, sabiendo todas y todos que esa transformación había de ser, necesariamente, democrática, pacífica y radical.

Ni las, ni los votantes le pedimos, ni él ofreció a nadie, limosnas ni subsidios. Exigimos justicia social y eso precisamente son las becas para estudiantes de todos los niveles, las pensiones para los adultos mayores y personas con discapacidad; eso son los programas sociales como Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro. Este país ya no aguantaba más; al borde del estallido nos habían llevado 36 años de neoliberalismo.

Indecentes y suicidas me parecen aquellos que, apegados al dogma conservador, pontifican y se oponen a estos programas sociales. ¿Qué quieren, perpetuar en la condición de “condenados de la tierra” a quienes han sido históricamente marginados? ¿Qué buscan al cerrarles la puerta en la cara a quienes tienen derecho a una vida mejor? 

De abrir, de desbrozar el camino para todas y todos, se trata y para eso -y aunque les duela y porque eso les va a salvar también la vida a quienes se oponen a la transformación- hay que arrancar de raíz la mala yerba. “De escultores y no de sastres es la tarea”, decía Miguel de Unamuno. Revolucionar, transformar no es transigir.

 @epigmenioibarra