Tercera llamada... ¡Cooomenzamos!

NADIE ESCAPA a su personaje. Hay ejemplos muy destacados en los que se funden

NADIE ESCAPA a su personaje. Hay ejemplos muy destacados en los que se funden. Conocemos más a Chabelo que a Javier López. A Cantinflas que a Mario Moreno. Y a Capulina más que a Gaspar Henaine. Y sin embargo logran convivir, seguramente con sus dificultades y así nosotros, desde otra perspectiva y distante nivel. Somos el personaje que las personas miran, escudriñan, aunque nosotros no nos identifiquemos con él. Puede parecer rara esta elucubración, pero es realidad. En qué momento del día, fuera de su trabajo, se comportan como el personaje. No los deja, no los suelta, y qué sucede en sus sueños cuando se sueñan: ¿son uno? ¿son otro?

YA NO SERÁ POSIBLE con ninguno de ellos, pero si me pusieran a escoger en esas hipotéticas realidades del pensamiento, entre platicar con unos y otros, yo preferiría al personaje, a ese peladito que habla enredado, de bigotito ralo en los extremos, pantalón en la baja cintura, y escucharlo para aprender a cantinflear. Y lo mismo con ese niño anciano, pantalón corto y voz chillona, con el que diversas generaciones crecieron, y a quien le decían inmortal. Somos así, preferimos al personaje, sin saber que la esencia verdadera es el otro, el que se enferma, tiene sus preocupaciones. Y peor, si son preocupaciones debido a esa doble personalidad, en la que la pública, se impone con saña al de la privada, con la que se levanta y se acuesta.

EL DÍA A DÍA es de actuaciones. Diga si no. Va usted caminando. Y a lo lejos mira al tipo o tipa que le cae mal. Que trabaja o estudia con usted. Y ya no fue posible cambiar de acera o entrar a un centro comercial mientras pasa. Y se encuentra con él, ella, cara a cara. Y le saluda como si le estimara, con una sonrisa de oreja a oreja. Lo mismo hace él con usted. Y todavía se extraña a usted mismo cuando de su propia voz sale: "oh, que gusto de verte. Oye, a ver cuándo nos tomamos un café para platicar". Cuando razonadamente nunca de los nunca le diría eso. Pero ya lo dijo. Es teatro.

EL ADMIRADO ACTOR estadounidense Robin Williams se suicidó. Lo vimos en varias películas interpretando a varios personajes. Con alguno él se sintió más cómodo. Los disfrutó o sufrió a todos. Cachó para sus hombros las angustias de ellos, personajes ficticios. Y a él le bastaban y sobraban, para sufrir, las propias. Se metía tanto en sus personajes que lo adoramos en casi todos. Porque se veía tan real, tan convincente. En todo y alto grado, un gran actor. Solo que todos los personajes residían en su alma. Y lo desbordaron. Logró mirar el mundo de otra manera. Y no le fue posible más. Y como si su vida fuera una película le puso el letrero "fin", él mismo.

O AQUELLA ACTRIZ vieja, retirada del escenario, que salía a la calle, pasaba por lugares concurridos para gritarles que ella era actriz, que fue famosa. Y lloraba de alegría cuando algún viejo como ella la reconocía, se ponían a platicar y ya con esa sensación de reconocimiento público regresaba a su casa a enfrentarse con ella misma, en su soledad como martirio, como corona de espinas. Y al día siguiente hacía lo mismo. Era ella y no era. Le daba más importancia al personaje que a ella misma como persona. No tenía donde asirse más que en esos recuerdos del escenario, de las luces, de los aplausos. Pero irremediablemente se bajaba el telón. Y regresaba a su mundo, cerrado, cercado, reducido. Por eso salía a los parques, lugares concurridos a gritar a los cuatro vientos que ella era la estrella del cine nacional. ¿Su nombre? Que importa. Eres tú, soy yo. Pero lo mismo le pasó a Pita amor, la undécima musa y a Nahui Ollin. Pita declamando por las calles emperijoyada y super maquillada. Nahui vendiendo sus fotos desnuda de esa bella juventud en la que posó para los mejores pintores. Y subía a los camiones, decrépita, y les tocaba los genitales a los hombres. Teatro del absurdo. Teatro real. (Primera Parte)