Tiempo de tabasqueños: la breve esperanza - Segunda parte

Tiempo de tabasqueños: la breve esperanza - Segunda parte

Tuvieron que transcurrir 30 años, desde la caída de Garrido en 1935, para que otro valor de la política tabasqueña brillara con luz propia en el escenario nacional.  En 4 de sus 18 libros publicados, Andrés Manuel López Obrador ha sido muy generoso al referirse a Carlos Alberto Madrazo Becerra.

Se trata de una figura estelar que impactó a su generación. Cuando lo cita, se confirma una especie de admiración y profundo respeto a la obra social y administrativa del mejor gobernador que ha tenido Tabasco.

Suscribe González Pedrero: “Madrazo rompió el mito de lo imposible que tanto se da en el trópico; mostró que el destino de los pueblos está en las manos de sus ciudadanos, porque el destino se propicia trabajando”. Antes de concluir su exitosa labor como gobernador de Tabasco, Madrazo fue propuesto para ser el Regente de la Ciudad de México.

El expresidente Miguel Alemán, temeroso de que Madrazo pusiera al descubierto sus grandes negocios y corruptelas en el proyecto de introducción de agua potable a Ciudad Satélite desde la capital del país, desvió la decisión inicial de Díaz Ordaz sobre Madrazo y el poblano no tuvo otra opción que designarlo Presidente Nacional del PRI. “Me quieren anular”, le confiesa Madrazo al Dr. Juan Puig Palacios y estalla: “pues ahora me van a conocer y van a saber quién soy”.

Cuando los dirigentes de los sectores del PRI, escucharon el discurso de Madrazo y su firme decisión de democratizar la vida interna de ese partido, creyeron que el cielo se les iba a desplomar. Se sintieron como señores medievales en un castillo sitiado por el mismísimo demonio. Los “viejos” priistas no daban crédito a esas ideas.

“Amigo Madrazo: deje de estar metiendo a la indiada en decisiones de gente grande”, le dice Díaz Ordaz al tabasqueño, en una época donde la obediencia salía menos cara que la terquedad. Sin embargo, prosiguió su marcha. Había llegado con todo: reuniones y asambleas donde se discutían los grandes y graves problemas del país; procesos internos donde se elegían democráticamente a los mejores cuadros para los cargos de elección popular; espacios abiertos al diálogo y al debate acalorado, sin cortapisas. La prensa vendida se le fue encima. Criticó la forma de sus acciones, nunca el fondo de sus propuestas. Y lo peor: lo censuró desde su lenguaje.

¡Claro! Carlos Madrazo hablaba el lenguaje del trópico. Un lenguaje que, a la fecha, detestan, abominan y odian quienes no están familiarizados con la expresión abierta y franca de las mujeres y los hombres del sureste. Un lenguaje excluido de las grandes decisiones nacionales. Un lenguaje, al fin, mexicano, que los políticos conservadores de ayer –y gravemente los de hoy como extensión de los de ayer- siguen sin aceptar.

Es sencillo: el idioma de la franqueza contrasta con el de la hipocresía, la simulación y la inmoralidad. Al final del día, el proyecto democratizador de Madrazo duró 11 meses. En noviembre de 1965, Madrazo renuncia a la dirigencia del PRI. De 1966 a 1969, Madrazo recorre varias universidades del país, asiste a eventos políticos y recoge el pulso ciudadano: lo ven como un candidato natural para las elecciones presidenciales de 1970 y está decidido a formar “Patria Nueva”, un partido, una opción diferente al PRI.

Gobernación prende las alarmas y el Estado Mayor, esa que fue siempre una élite dentro del Ejército, se encargó de montar la futura tragedia: un avionazo que acabó con la vida de 79 personas. Cuatro meses después, Luis Echeverría, era ungido como candidato a la Presidencia de la República.

En un simple cotejo de biografías, Carlos A. Madrazo es mucha pieza, por ejemplo, frente al multicitado y cacareado Luis Donaldo Colosio. ¿Saben ustedes, amables lectores, por qué en el PRI homenajean más a éste último que al primero? Es fácil.

Este último representaba el continuismo de un proyecto neoliberal, generador de pobres; bonito y florido en el mensaje, frío y calculador en el dato numérico. Colosio es la lealtad al sistema, un producto bien trabajado de la mercadotecnia política. Carlos Madrazo es la mano sin guante que abofetea sonoramente la mejilla de un sistema asesino, violento y represor. Es la rebeldía frente a la obediencia ciega y la “disciplina” hipócrita del otrora partidazo, con su entreguismo sórdido y sus ribetes de ente democrático.

Con el asesinato de Carlos Madrazo, en la plenitud de sus 53 años de edad, se cerraron las esperanzas, hasta ese entonces, de que un tabasqueño dirigiera los destinos del país. (Continuaremos)